/ miércoles 22 de mayo de 2019

Amat Cucapah

Tragedia en San Luis Río Colorado. Segunda de dos partes


Aquellos borrachos viniendo desde el “Rancho Calaveras” tomaron el cuartel, mientras don Felipito –soldado sexagenario- hacia su guardia cabeceando, en tanto el Cabo de Cuarto dormía, ambos dentro del dintel de la puerta, protegiéndose de la lluvia, al grito de: _ ¡Viva Carranza! despertaron encañonados por una pistola en la nuca; entre la balacera, la batahola, ladridos y gritos, la población despertó sobresaltada en terrorífica pesadilla, huyendo -sin reconocerse-, rumbo a Estados Unidos.

Dándose cuenta del asalto, el capitán Calles -aunque desarmado- salió rumbo al cuartel, encontrando a los pobladores corriendo despavoridos, gritando…_” ¡nos tomaron el cuartel, son muchos,...huya capitán!”. Cambió de rumbo el capitán llegando a la primer casa de la calle Morelos, arriba del paredón que le servía de oficina, donde habitualmente ensayaban las bandas de guerra y de música; sacando un pequeño cofre y rifle “Savage” corrió orillado al panteón, rodeando hasta el extremo sur de la calle Cuauhtémoc, donde estaban en el hogar sus pequeños hijos: Amalia y Arnulfo junto a su esposa doña Celia Quiñones; abrazando a madre e hijos, se despide terciándose una frazada sobre los hombros, pasando frente al cuartel sin ser reconocido y oyendo que aquellos barbajanes borrachos lo buscaban, refiriéndose a Él y a los amedrentados habitantes con los más sucios insultos, carcajeándose a quijada batiente.

Calles se ocultó en ruinas de un almacén, frente al cuartel. Clareando el día llegaron civiles desconocidos a reforzar a los seudo-carrancistas, dispersándose buscaban al capitán, dejando a un tal Jacinto como centinela.

Viendo oportunidad, Calles rifle en mano caminó al cuartel, sorprendiéndole el tal Jacinto le grita: “ ¡Alto, ¿Quién vive!?”, lanzó otro grito y este borracho soltó el disparo destrozando al capitán muslo y hueso con la bala.

Al estallido acudieron Martínez y Peralta, coléricos rifle en mano preguntan: “¡Qué hizo con el capitán Ibarra, jijo…?” Y cuando Calles se incorporaba, sus victimarios descargaron pistolas y máuser a bocajarro en cabeza y caja del cuerpo a quemarropa y dispersándose, huyen en la lejanía.

Doña Ramona Domínguez, rebozo en hombros, afanosa fue y vino de su casa al cuartel, donde yacía el capitán Carlos Calles Gómez jadeando en estertores de agonía; hasta allá llevó –esta pionera mujer- sábanas y agua, reanimando al capitán con trapos empapados en alcohol, con comedidas inhalaciones al moribundo, despejándole la cara bañada en sangre, sobre aquella tierra húmeda.

Doña Ramona, tomando el mismo escapulario que el capitán portaba al cuello, lo persignó cubriéndole el cuerpo mientras le santiguaba figurando una enorme cruz desde la frente; fue cuando don Carlos retomó la respiración en ritmo sosegado, reconciliado con sus hechos, la casta retomó su dignidad; doña Celia con sus hijos abrazados al cuerpo anhelantes, recibieron el expirar paterno; entonces el pueblo consternado soltó el llanto.

Fue levantado el cuerpo del capitán velándose con exequias en casa de don Chema Domínguez, allá empezando la acera poniente de la calle Cuauhtémoc, frente a la aduana; vino multitud de gentes desde las rancherías con las nativas familias Cucapah. Todo el Pueblo presente en solemne réquiem, en pésame a San Luís.

Fue sepultado, el capitán Carlos G. Calles en el panteón de San Luís, posteriormente exhumados los restos y trasladados definitivamente, donde permanecen en la ciudad de Tucson, Arizona.

Referencia: libro Puerto Isabel E-mail:federicoiglesias50@gmail.com



Tragedia en San Luis Río Colorado. Segunda de dos partes


Aquellos borrachos viniendo desde el “Rancho Calaveras” tomaron el cuartel, mientras don Felipito –soldado sexagenario- hacia su guardia cabeceando, en tanto el Cabo de Cuarto dormía, ambos dentro del dintel de la puerta, protegiéndose de la lluvia, al grito de: _ ¡Viva Carranza! despertaron encañonados por una pistola en la nuca; entre la balacera, la batahola, ladridos y gritos, la población despertó sobresaltada en terrorífica pesadilla, huyendo -sin reconocerse-, rumbo a Estados Unidos.

Dándose cuenta del asalto, el capitán Calles -aunque desarmado- salió rumbo al cuartel, encontrando a los pobladores corriendo despavoridos, gritando…_” ¡nos tomaron el cuartel, son muchos,...huya capitán!”. Cambió de rumbo el capitán llegando a la primer casa de la calle Morelos, arriba del paredón que le servía de oficina, donde habitualmente ensayaban las bandas de guerra y de música; sacando un pequeño cofre y rifle “Savage” corrió orillado al panteón, rodeando hasta el extremo sur de la calle Cuauhtémoc, donde estaban en el hogar sus pequeños hijos: Amalia y Arnulfo junto a su esposa doña Celia Quiñones; abrazando a madre e hijos, se despide terciándose una frazada sobre los hombros, pasando frente al cuartel sin ser reconocido y oyendo que aquellos barbajanes borrachos lo buscaban, refiriéndose a Él y a los amedrentados habitantes con los más sucios insultos, carcajeándose a quijada batiente.

Calles se ocultó en ruinas de un almacén, frente al cuartel. Clareando el día llegaron civiles desconocidos a reforzar a los seudo-carrancistas, dispersándose buscaban al capitán, dejando a un tal Jacinto como centinela.

Viendo oportunidad, Calles rifle en mano caminó al cuartel, sorprendiéndole el tal Jacinto le grita: “ ¡Alto, ¿Quién vive!?”, lanzó otro grito y este borracho soltó el disparo destrozando al capitán muslo y hueso con la bala.

Al estallido acudieron Martínez y Peralta, coléricos rifle en mano preguntan: “¡Qué hizo con el capitán Ibarra, jijo…?” Y cuando Calles se incorporaba, sus victimarios descargaron pistolas y máuser a bocajarro en cabeza y caja del cuerpo a quemarropa y dispersándose, huyen en la lejanía.

Doña Ramona Domínguez, rebozo en hombros, afanosa fue y vino de su casa al cuartel, donde yacía el capitán Carlos Calles Gómez jadeando en estertores de agonía; hasta allá llevó –esta pionera mujer- sábanas y agua, reanimando al capitán con trapos empapados en alcohol, con comedidas inhalaciones al moribundo, despejándole la cara bañada en sangre, sobre aquella tierra húmeda.

Doña Ramona, tomando el mismo escapulario que el capitán portaba al cuello, lo persignó cubriéndole el cuerpo mientras le santiguaba figurando una enorme cruz desde la frente; fue cuando don Carlos retomó la respiración en ritmo sosegado, reconciliado con sus hechos, la casta retomó su dignidad; doña Celia con sus hijos abrazados al cuerpo anhelantes, recibieron el expirar paterno; entonces el pueblo consternado soltó el llanto.

Fue levantado el cuerpo del capitán velándose con exequias en casa de don Chema Domínguez, allá empezando la acera poniente de la calle Cuauhtémoc, frente a la aduana; vino multitud de gentes desde las rancherías con las nativas familias Cucapah. Todo el Pueblo presente en solemne réquiem, en pésame a San Luís.

Fue sepultado, el capitán Carlos G. Calles en el panteón de San Luís, posteriormente exhumados los restos y trasladados definitivamente, donde permanecen en la ciudad de Tucson, Arizona.

Referencia: libro Puerto Isabel E-mail:federicoiglesias50@gmail.com