/ jueves 2 de enero de 2020

Amat Cucapah

Trajín de Últimos Pangueros


Como último capitán de la panga “Santa Rosa” fue don Cenobio Acosta; trabajó empezando el 1930, en instalaciones de don Francisco Domínguez Pacheco, sobre el antiguo Ferry Mariposa, en el camino Real Sonora-California.

Permanecía este camino, bajando el paredón hacia el hoy Campamento con huella de carretas con doble rueda; luego continuaba cruzando la corriente a Baja California, al otro lado del río, sitio llamado “Campo Verde”.

Ser panguero parecía fácil; pero no cualquiera cabresteaba jineteando vendavales de agua. Una eran las inclemencias de temporada: mucho calor o mucho frío que ni extrañaban porque para esas dos cosas había remedio: puños de agua en nuca y frente o un pasó de manos sobre las brasas y ya.

Otra era la corriente del río –“no avisaba”- subía y bajaba inesperadamente en la travesía; ¡Sííi…!. Sentíamos que iba a quedar la panga con todo: pasajeros, bestias y carga a medio río; con un…¡Aaay Dios mío!. Bajábamos los santos del cielo en nuestro auxilio.

Siempre había carros y carretas esperando, mirándose en orillas de ida y vuelta. Pesado trajín era la temporada de toda pizca. Al terminarse los treintas, entre: 1939 y 1945 – por la segunda guerra mundial repuntó con altísimo precio la fibra de algodón - otras dos pangas trasladaron sobre el río Colorado carros acarreando algodón hasta Yuma; los pangueros no sentían lo rápido, sino lo tupido.

Fueron muchas incomodidades; más, cuando esas nubes gigantescas de zancudos atacaban, hasta sombra hacían tapando el sol…!Aaahh! Qué martirio esa piquetiza; lo mejor no hacerles caso, porque ante la más pequeña brizna de sangre, era peor; se amontonaban todos a chupar, como vampiros.

Peor al panguero era la sorpresa de los tábanos; terrible martirio remar sobre el torbellino de las aguas, con el “buche” erguido sobre el brazo, que permitía apoyarse en una de las piernas tiesa; al momento las manos impulsaban el barrote, ganando terreno al fondo y lanzando largos, ruidosos respiros, cada uno mantenía el ánimo forzando el varejón y, así dirigir el rumbo.

En ese instante concentrado, de mayor tensión, llegaban a picar los tábanos en el cuello. ¡Esos desgraciados tábanos no pican, muerden!!muerden como perros rabiosos!. Pues aguantando la ira con dolor, el panguero soportaba hasta darse un instante en descanso, para atraparlo de un manotazo y deshacerlo triturado entre los dedos; luego molido, lentamente soltarlo en partículas diciéndole con deleite ¡Andele!...jijo de mil…tábanas!.

Esos tábanos son como moscones pero parecen troques. Una gracia tienen, siendo muy pesados presentan movimientos rápidos; sin ser ostentosos, tienen un aire como encanto de inocente abeja; pero equivocación garrafal, lo más acertado es: “al oír el sordo aletear de su vuelo, mejor preparar el ataque”.

En el Colorado, trabajar como panguero era arte de valientes, como jinetear de pie sobre el espinazo de una mula; no cualquiera podía ser, Cenobio Acosta trabajaba aquí por ser auténtico Yaquí, vino de 4 años con el capitán Calles en 1917 y, siempre será recordado junto al original Cucapah, Carlos Domínguez Mann en “Epopeya del Ultimo Panguero”.

Referencia:libro Puerto Isabel. E-mail:federicoiglesias50@gmail.com

Trajín de Últimos Pangueros


Como último capitán de la panga “Santa Rosa” fue don Cenobio Acosta; trabajó empezando el 1930, en instalaciones de don Francisco Domínguez Pacheco, sobre el antiguo Ferry Mariposa, en el camino Real Sonora-California.

Permanecía este camino, bajando el paredón hacia el hoy Campamento con huella de carretas con doble rueda; luego continuaba cruzando la corriente a Baja California, al otro lado del río, sitio llamado “Campo Verde”.

Ser panguero parecía fácil; pero no cualquiera cabresteaba jineteando vendavales de agua. Una eran las inclemencias de temporada: mucho calor o mucho frío que ni extrañaban porque para esas dos cosas había remedio: puños de agua en nuca y frente o un pasó de manos sobre las brasas y ya.

Otra era la corriente del río –“no avisaba”- subía y bajaba inesperadamente en la travesía; ¡Sííi…!. Sentíamos que iba a quedar la panga con todo: pasajeros, bestias y carga a medio río; con un…¡Aaay Dios mío!. Bajábamos los santos del cielo en nuestro auxilio.

Siempre había carros y carretas esperando, mirándose en orillas de ida y vuelta. Pesado trajín era la temporada de toda pizca. Al terminarse los treintas, entre: 1939 y 1945 – por la segunda guerra mundial repuntó con altísimo precio la fibra de algodón - otras dos pangas trasladaron sobre el río Colorado carros acarreando algodón hasta Yuma; los pangueros no sentían lo rápido, sino lo tupido.

Fueron muchas incomodidades; más, cuando esas nubes gigantescas de zancudos atacaban, hasta sombra hacían tapando el sol…!Aaahh! Qué martirio esa piquetiza; lo mejor no hacerles caso, porque ante la más pequeña brizna de sangre, era peor; se amontonaban todos a chupar, como vampiros.

Peor al panguero era la sorpresa de los tábanos; terrible martirio remar sobre el torbellino de las aguas, con el “buche” erguido sobre el brazo, que permitía apoyarse en una de las piernas tiesa; al momento las manos impulsaban el barrote, ganando terreno al fondo y lanzando largos, ruidosos respiros, cada uno mantenía el ánimo forzando el varejón y, así dirigir el rumbo.

En ese instante concentrado, de mayor tensión, llegaban a picar los tábanos en el cuello. ¡Esos desgraciados tábanos no pican, muerden!!muerden como perros rabiosos!. Pues aguantando la ira con dolor, el panguero soportaba hasta darse un instante en descanso, para atraparlo de un manotazo y deshacerlo triturado entre los dedos; luego molido, lentamente soltarlo en partículas diciéndole con deleite ¡Andele!...jijo de mil…tábanas!.

Esos tábanos son como moscones pero parecen troques. Una gracia tienen, siendo muy pesados presentan movimientos rápidos; sin ser ostentosos, tienen un aire como encanto de inocente abeja; pero equivocación garrafal, lo más acertado es: “al oír el sordo aletear de su vuelo, mejor preparar el ataque”.

En el Colorado, trabajar como panguero era arte de valientes, como jinetear de pie sobre el espinazo de una mula; no cualquiera podía ser, Cenobio Acosta trabajaba aquí por ser auténtico Yaquí, vino de 4 años con el capitán Calles en 1917 y, siempre será recordado junto al original Cucapah, Carlos Domínguez Mann en “Epopeya del Ultimo Panguero”.

Referencia:libro Puerto Isabel. E-mail:federicoiglesias50@gmail.com