/ viernes 5 de febrero de 2021

Amat Cucapah

Hallazgo


Aunque no crea, yo tengo recuerdos de infancia -dice don Cuco levantando ala frontal del sombrero-, descubriendo sexagenaria calva; parsimonioso habla retorciendo el bigote, soltando palabras en lenta cascada.

Lanza bocanadas de humo liberando ansiedades sinfín; duda confiarme un antiguo secreto. Mire, sobre tesoros escondidos, son mucha mentira; aquí va una verdad, con pruebas; sin decir más, grita: “¡Vieja! Trae el sable y casco que tengo!”, agregó: “Hace dos años encontré un lugar olvidado y la olla dejada por Rafa, puse señales; ahora no habrá pierde”.

“Aquí está”, dijo la señora. “¿Verdad que ahora sí, vieja? ¿Ahora sí?”, exclamó iluminado don Cuco. Ella apretando sus labios, abrió enormes ojos, arqueando las cejas, masculló: “Sí”. “¿Y el casco?”, respondió la señora: “Lo prestaste a gentes de historia”. Don Cuco aceptó: “¡Ah! El tesoro estuvo estirando mi mano, este sable comprueba”, yo era niño asustado.

“Síii”, con bulla los trabajadores me aturdieron; de haber regresado a buscar, hoy viviríamos ricos. Hizo pucheros tragando amargura. Continúa: “Mi familia ha sido ‘trabajadores camineros’”, yo continúo: “De chavalos pasábamos, junto a la cuadrilla la jornada, jugando en los cerros, hasta regresar al campamento levantado en “Los Vidrios”. El tiempo volaba en magia del juego: Subíamos, caíamos, del grito al silencio. Rafa y yo éramos inseparables; una vez mientras Rafa levantó amenazándome con una olla. Yo levanté chicoteándole un “guamazo” con este sable, marqué los tres cortos látigos y los tres coronados piñones en su espalda, escurriéndole sangre.

Al alarido me arrepentí, Rafa lloró pataleando; abrazándole supliqué perdón y arrojando el sable le reproché burlonamente: “¡Ya, ni que no fueras hombre!”, mientras me adueñaba de la olla amenazante. ¡Sorpresa! Éste era un casco metálico con cubreboca, usado por soldados durante la Edad Media en las Cruzadas, también el sable.

“¡Mira Rafa! Son como los de antes”. Gritó sorprendido: “¡Es cierto, wey! ¿En dónde los levantamos? ¡Don-de tú me pe-gas-te!”, regresamos al zigzag de carrera hasta el sitio; pero ya estaban en la lejanía nuestros papás con cuadrilla en gritería, pitando urgiendo treparnos al dompe o nos dejaban, en inclinada loma: Sierra de “Los Alacranes”. Rafa se fue obedeciendo los gritos.

Yo vi dentro -una bóveda derrumbada en su costado- un esqueleto cubierto con piedritas resplandecientes, rodeándole trozos metálicos brillantes. Pues mediando octubre Melchor Díaz regresando murió antes de llegar a Sonoydag en 1540. Saludos a don Refugio Cermeño.

Hallazgo


Aunque no crea, yo tengo recuerdos de infancia -dice don Cuco levantando ala frontal del sombrero-, descubriendo sexagenaria calva; parsimonioso habla retorciendo el bigote, soltando palabras en lenta cascada.

Lanza bocanadas de humo liberando ansiedades sinfín; duda confiarme un antiguo secreto. Mire, sobre tesoros escondidos, son mucha mentira; aquí va una verdad, con pruebas; sin decir más, grita: “¡Vieja! Trae el sable y casco que tengo!”, agregó: “Hace dos años encontré un lugar olvidado y la olla dejada por Rafa, puse señales; ahora no habrá pierde”.

“Aquí está”, dijo la señora. “¿Verdad que ahora sí, vieja? ¿Ahora sí?”, exclamó iluminado don Cuco. Ella apretando sus labios, abrió enormes ojos, arqueando las cejas, masculló: “Sí”. “¿Y el casco?”, respondió la señora: “Lo prestaste a gentes de historia”. Don Cuco aceptó: “¡Ah! El tesoro estuvo estirando mi mano, este sable comprueba”, yo era niño asustado.

“Síii”, con bulla los trabajadores me aturdieron; de haber regresado a buscar, hoy viviríamos ricos. Hizo pucheros tragando amargura. Continúa: “Mi familia ha sido ‘trabajadores camineros’”, yo continúo: “De chavalos pasábamos, junto a la cuadrilla la jornada, jugando en los cerros, hasta regresar al campamento levantado en “Los Vidrios”. El tiempo volaba en magia del juego: Subíamos, caíamos, del grito al silencio. Rafa y yo éramos inseparables; una vez mientras Rafa levantó amenazándome con una olla. Yo levanté chicoteándole un “guamazo” con este sable, marqué los tres cortos látigos y los tres coronados piñones en su espalda, escurriéndole sangre.

Al alarido me arrepentí, Rafa lloró pataleando; abrazándole supliqué perdón y arrojando el sable le reproché burlonamente: “¡Ya, ni que no fueras hombre!”, mientras me adueñaba de la olla amenazante. ¡Sorpresa! Éste era un casco metálico con cubreboca, usado por soldados durante la Edad Media en las Cruzadas, también el sable.

“¡Mira Rafa! Son como los de antes”. Gritó sorprendido: “¡Es cierto, wey! ¿En dónde los levantamos? ¡Don-de tú me pe-gas-te!”, regresamos al zigzag de carrera hasta el sitio; pero ya estaban en la lejanía nuestros papás con cuadrilla en gritería, pitando urgiendo treparnos al dompe o nos dejaban, en inclinada loma: Sierra de “Los Alacranes”. Rafa se fue obedeciendo los gritos.

Yo vi dentro -una bóveda derrumbada en su costado- un esqueleto cubierto con piedritas resplandecientes, rodeándole trozos metálicos brillantes. Pues mediando octubre Melchor Díaz regresando murió antes de llegar a Sonoydag en 1540. Saludos a don Refugio Cermeño.