Presumiblemente, al extremo sur del gigantesco borde curvo de la Grulla, donde forma pequeña herradura el paredón continuando: norte-sur el camino subiendo a Isleta, - ahí alrrededor de 1830s-, allí vivió una familia mexicana de apellido González.
Ellos desmontando mezquitera sembraron granos y hortalizas para autoconsumo a orilla del ‘’Riíto’’ corriendo próximo al paredón desértico; criaron ganado mostrenco: vacas, caballos, cochis, cabras desvalagados a expediciones; "sudando la gota gorda" trabajaron haciendo parecer aquello establecimiento decente con: terreno, ganado, aperos y labranzas reproduciendo ‘’animales’’ sin ”fierro” de propietario, ni registro visto hasta la fecha.
Este próspero ‘’Rancho’’ de esa familia González, mantenido trabajando como propiedad bajo acoso de extranjeros, como maquinaciones del expansionismo norteamericano codiciando estas tierras; por ello, finalizando los 1840s, vendieron el rancho a Mister Smith; porque los González prefirieron emigrar a los “campos del placer”, a pepenar oro entre gambusinos de California.
Mister Smith había vivido entre la tribu Hualapai del Alto Colorado, asimilado a las costumbres indígenas; pero inculcándoles su creencia, buscando la "tierra prometida” ofrecida en revelación, según religión de la " Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”. Estando aquí en la Grullita creyó haber encontrado, -sobre esa mesa de la Isleta y en el valle déltico del bajo Colorado-, el escenario de la revelación: sobre esa mesa construirían su templo de la Santa Ciudad de Sión.
Al vender los González su posesión, al rancho le vino sobrepuesto nuevo nombre del propietario en denominación indígena Hualapai, dando completo en inglés el nombre del establecimiento: Hualapai Smith Farm.
Este lugar vino presentado en el sueño a Smith: "Vi una columna de luz sobre mi cabeza más resplandeciente que el sol..." Se le aparecieron dos figuras, que identificó como dos seres celestiales, quienes le aconsejaron no entrar en las Iglesias entonces existentes, porque todas eran abominables, por lo que fundaría una Nueva Iglesia, empezando su peregrinar hasta encontrar la tierra prometida, tal como vio escenario de revelación desde la Isleta.
Coincidía la visión: dos hermosos ríos abrazando una enorme isla antes de juntarse desembocando al mar, -en su interior- ramales de agua. En ella existía exuberante vegetación, con diversa y variada fauna, sobre desnivel de sus valles.
Entre los parajes de esta enorme extensión convivían el venado con el jabalí, el castor con el coyote y la perdiz con el lince entre abundantes colmenas de abejas, una tierra donde verdaderamente manaba leche y miel.
Ref. Libro Puerto Isabel