Cuando en 1537, apareció fascinante noticia sobre las Siete Ciudades del Cíbola y la Gran Quivira, reforzó el ánimo novohispano, originando pleitazo entre el virrey Antonio de Mendoza y Hernán Cortés por querer ser primero en llegar arrebatándoles el oro.
El virrey envió dos frentes simultáneamente, uno por mar jefaturando Hernando de Alarcón y otro por tierra al mando de Francisco Vázquez de Coronado, cuya estrategia fue coincidir a los 36º de latitud Norte, en algún lugar del río Grande (Colorado).
Navegando sobre Mar del Sur (océano Pacífico) Alarcón buscando indígenas que le den información, deja las naves a 15 kilómetros del desemboque del río Colorado, internándose contra corriente el 22 de agosto de 1540, avanzando ese día algunos 35 kilómetros.
Es madrugada del viernes 23 de agosto, cuando en unas ramadas cercanas a orilla del río sucede el primer encuentro con los Cucapah, quienes en cuanto vieron los bajeles de Alarcón, con gran estruendo de griterío les hacían señas que hicieran alto, al mismo tiempo que guarecían las mujeres y sus niños en un bosquecillo cercano; luego, con ademanes claramente amenazadores los indígenas les indicaban se alejasen que no avanzaran; corrían por la orilla del río amenazándolos para que se fueran; marcaron una línea con palos clavados entre el agua y la tierra para que no la traspasaran, advirtiéndo -“so pena”- si lo hacían, iniciarían ataque.
Sin embargo los españoles –a pesar de la amenaza- se fueron acercando; el compañero indígena, quien iba como interprete no entendió la lengua de aquellos primeros aborígenes; por lo cual, Hernando de Alarcón ordenales a sus acompañantes que nadie hable ni se mueva, poco a poco con señas ofreció extendió regalándoles objetos brillantes, arrojando y pisando sus propias armas hizo que ellos igualmente también arrojaran las suyas, transformando su amenazante actitud de guerra, hacia manifestaciones pacíficas.
Inesperadamente uno joven de los naturales brincó al río llevando unas conchas sobre una larga rama como bastón. Alarcón le dijo que se acercara, lo abrazó dándole a cambio unas cuentas y otras bagatelas; luego inició el “trueque”, intercambió con varios de ellos objetos brillantes, con padrenuestros' (cuentas) por pan de mezquite e intensificando el diálogo con señas, mejoró la confianza.
Aquellos indígenas todos venían embijados, muchos traían pintada toda la cara; todos andaban desnudos llevando algunos taparrabo; las mujeres también iban desnudas, llevando unos manojos de plumas de colores por delante y atrás, parecía cola.
Ref. libro Puerto Isabel