/ jueves 30 de mayo de 2019

Cruzando líneas

La definición de éxito


¿Qué es el éxito? Una pregunta fuerte.

¿Cuál es tu mayor anhelo? Una interrogante cliché.

¿Eres feliz? Un cuestionamiento incómodo.

Tres preguntas que en un determinado momento pueden poner a temblar hasta al más centrado. Para todas hay una respuesta frívola o estudiada, programada en el cerebro por la sociedad; pero solo en una encrucijada personal es cuando la verdad cruza del inconsciente al consiente. Es solo un instante y luego callamos. No permitimos que los pensamientos se nos fuguen por los labios. Compartirlos sería como desnudarse y a nadie le gusta andar sin poses frente al mundo.

Esas y otras preguntas formaban parte de un cuestionario que debíamos utilizar en una entrevista con estudiantes de preparatoria que solicitaron una beca para prácticas profesionales. Algunos estaban nerviosos; otros actuaban con prepotencia; solo unos cuantos eran sinceros, a pesar del entrenamiento de fuerza laboral que los programó para evitar las muletillas y la delatadora temblorina.

Era fácil diferenciar la seguridad y los complejos; lo aleccionado y lo natural; lo fantoche y la necesidad. O quizá solo fui yo quien lo notó. Hacer preguntas es mi profesión; encontrar respuestas en lo que ocultan los entrevistados, mi talento. Estoy acostumbrada a que me mientan. Por eso me sorprendió la crudeza de una joven.

La estudiante hablaba como tarabilla de sus metas profesionales y las razones por las que esa oportunidad podría cambiar su vida; estaba preparada. No se ha graduado aún de la preparatoria y ya tiene un plan para convertirse en veterinaria; ha pensado en todo: Becas, créditos educativos, calificaciones, escuelas, opciones laborales y demás. Pero mi pregunta la agarró en curva: “Deja de lado lo que te enseñaron que debería ser, cuéntame, ¿cuál es tu definición del éxito?”. Se le aflojó el cuerpo y se encorvaron sus hombros. “Cualquier cosa, menos parecerme a mis padres”.


¡BOOM!

No hubo filtro. No pudo detener la verdad que tenía ganas de gritar, pero nadie le había preguntado. Después se cubrió la boca, apenada. Se dio cuenta de que esa respuesta le hubiera podido costar el trabajo. A mí me dejó preocupada. A los demás pareció no inmutarles su confesión. ¿Qué habrá detrás de esas palabras? Un peligroso silencio: Todos lo tenemos.

Otra adolescente respondió que para ella el éxito es la estabilidad, y así, uno tras otro: Cuentas bancarias con miles de dólares, casas grandes, autos de lujo, oficinas con vista, fama y galardones internacionales. Cada quien tiene su concepto.

Ahora no me acuerdo de sus rostros salvo el de ella; quizá porque fui testigo de ese momento crucial en su vida en el que uno madura conscientemente. Vi en sus ojos el despertar. Yo lo he vivido en las encrucijadas más dolorosas de mi adultez; solo unos pocos me han acompañado.

Se me hizo justo hacerme la misma pregunta: ¿Qué es el éxito? Ya no me importa lo que diga la RAE. Mi respuesta ha cambiado mucho en los últimos años, de hecho, ajusto mi definición cada día. Hay veces que es solo levantarme a pesar del dolor; otros días, firmar contratos de proyectos con los que hace un año no me atrevía a soñar; casi siempre, escuchar las carcajadas de mi hijos y sentir sus abrazos tronahuesos; algunos días, redescubrir las fases del amor… pero lo único constante en mi definición es ser feliz e irme a dormir con la consciencia tranquila. Me considero una mujer exitosa, quizá no en todas las facetas, pero sí en las que más me importan. . No podría pedir más.



Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

La definición de éxito


¿Qué es el éxito? Una pregunta fuerte.

¿Cuál es tu mayor anhelo? Una interrogante cliché.

¿Eres feliz? Un cuestionamiento incómodo.

Tres preguntas que en un determinado momento pueden poner a temblar hasta al más centrado. Para todas hay una respuesta frívola o estudiada, programada en el cerebro por la sociedad; pero solo en una encrucijada personal es cuando la verdad cruza del inconsciente al consiente. Es solo un instante y luego callamos. No permitimos que los pensamientos se nos fuguen por los labios. Compartirlos sería como desnudarse y a nadie le gusta andar sin poses frente al mundo.

Esas y otras preguntas formaban parte de un cuestionario que debíamos utilizar en una entrevista con estudiantes de preparatoria que solicitaron una beca para prácticas profesionales. Algunos estaban nerviosos; otros actuaban con prepotencia; solo unos cuantos eran sinceros, a pesar del entrenamiento de fuerza laboral que los programó para evitar las muletillas y la delatadora temblorina.

Era fácil diferenciar la seguridad y los complejos; lo aleccionado y lo natural; lo fantoche y la necesidad. O quizá solo fui yo quien lo notó. Hacer preguntas es mi profesión; encontrar respuestas en lo que ocultan los entrevistados, mi talento. Estoy acostumbrada a que me mientan. Por eso me sorprendió la crudeza de una joven.

La estudiante hablaba como tarabilla de sus metas profesionales y las razones por las que esa oportunidad podría cambiar su vida; estaba preparada. No se ha graduado aún de la preparatoria y ya tiene un plan para convertirse en veterinaria; ha pensado en todo: Becas, créditos educativos, calificaciones, escuelas, opciones laborales y demás. Pero mi pregunta la agarró en curva: “Deja de lado lo que te enseñaron que debería ser, cuéntame, ¿cuál es tu definición del éxito?”. Se le aflojó el cuerpo y se encorvaron sus hombros. “Cualquier cosa, menos parecerme a mis padres”.


¡BOOM!

No hubo filtro. No pudo detener la verdad que tenía ganas de gritar, pero nadie le había preguntado. Después se cubrió la boca, apenada. Se dio cuenta de que esa respuesta le hubiera podido costar el trabajo. A mí me dejó preocupada. A los demás pareció no inmutarles su confesión. ¿Qué habrá detrás de esas palabras? Un peligroso silencio: Todos lo tenemos.

Otra adolescente respondió que para ella el éxito es la estabilidad, y así, uno tras otro: Cuentas bancarias con miles de dólares, casas grandes, autos de lujo, oficinas con vista, fama y galardones internacionales. Cada quien tiene su concepto.

Ahora no me acuerdo de sus rostros salvo el de ella; quizá porque fui testigo de ese momento crucial en su vida en el que uno madura conscientemente. Vi en sus ojos el despertar. Yo lo he vivido en las encrucijadas más dolorosas de mi adultez; solo unos pocos me han acompañado.

Se me hizo justo hacerme la misma pregunta: ¿Qué es el éxito? Ya no me importa lo que diga la RAE. Mi respuesta ha cambiado mucho en los últimos años, de hecho, ajusto mi definición cada día. Hay veces que es solo levantarme a pesar del dolor; otros días, firmar contratos de proyectos con los que hace un año no me atrevía a soñar; casi siempre, escuchar las carcajadas de mi hijos y sentir sus abrazos tronahuesos; algunos días, redescubrir las fases del amor… pero lo único constante en mi definición es ser feliz e irme a dormir con la consciencia tranquila. Me considero una mujer exitosa, quizá no en todas las facetas, pero sí en las que más me importan. . No podría pedir más.



Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

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