/ jueves 26 de diciembre de 2019

Cruzando líneas

Mi familia


SONORA.- Solíamos pasar la Nochebuena en casa de mi manina. Éramos muchos y la cocina era suficientemente grande para albergarnos a todos. Ese día era el único del año en el que no había frijoles en el menú y se usaba la vajilla de lujo. Brindábamos con y por todos, con la inocencia que nos daban los fuertes lazos familiares. Ya no.

Mucho ha cambiado desde que mi tata me regaló mi primera poltrona de madera o cuando lo vi llorar porque gasté mis ahorros de la infancia para comprarle un par de pantuflas. Parece que fue hace tanto cuando mi manina preparaba el tamal premiado con chiltepines o que horneaba las galletas de nuez con azúcar glas que devorábamos a hurtadillas. Tuve -tuvimos- una niñez preciosa entre abrazos, regalos y carcajadas que vienen por añadidura con las familias grandes.

Creía que mis mejores recuerdos navideños los había tenido en ese rinconcito del mundo que llamábamos “en que mi manina”. Sabía que no me traicionaba la nostalgia, porque sí fui muy muy muy feliz. No he vuelto a esa cocina ni para el recalentado.

Ahora brindo con otras copas y otros rostros. Crecí. Me hice adulta. Me reproduje. Adopté y me adoptaron. Tengo una familia mucho más grande que me dio la vida; entre mis brazos tengo a los que me regaló la sangre y a los que me escogieron a pesar de ello. Y sigo siendo muy feliz.

Después de muchos años, pasamos la Navidad en la casa de la abuela, mi mamá. El pavo ya no es con vino, sino con achiote y las galletas se cambiaron por ensalada de frutas frescas. Seguimos celebrando a pesar de los años, el cansancio, la muerte, la misma vida y los recuerdos. En nuestra mesa se han vuelto a sentar aquellos con los que madrugué en espera de Santa o los primos que gritaban de emoción con cada broma en el intercambio navideño; también están ellas, mi familia del corazón, la que no me dio la sangre, sino el puro amor y ellos, los que se han convertido en compadres, a los que nos une la admiración y una orfandad compartida. ¡Qué fortuna!

Nos faltaron muchos: Los que murieron y los que nos enterraron; los que no pueden cruzar y los que no quisieron hacerlo; los que soñaban con estar aquí y los que nos acompañaron por video. Brindamos por todos. No olvidamos el luto que venimos cargando desde hace 34 años, lo abrazamos. Perdimos a muchos, pero ganamos a más. ¡Salud por eso!

No soy la única con el corazón alborotado; lo veo en sus sonrisas. Hay algo mágico en esto que llamamos tradición que se contagia; más miradas pícaras que perdidas; hay madurez e inocencia; están las nuevas generaciones y las que nos estancamos de vez en cuando en los recuerdos. Hay paz, la que solo se da después del perdón. Hay abrazos que son bálsamo y reencuentros que son eternos. Hay todo lo que se necesita para ser feliz en cualquier rincón, en cualquier cocina y en cualquier momento: Amor… y ése nos alcanza para derrochar todo el próximo año.

Feliz Navidad y lo mejor para el 2020.

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

Mi familia


SONORA.- Solíamos pasar la Nochebuena en casa de mi manina. Éramos muchos y la cocina era suficientemente grande para albergarnos a todos. Ese día era el único del año en el que no había frijoles en el menú y se usaba la vajilla de lujo. Brindábamos con y por todos, con la inocencia que nos daban los fuertes lazos familiares. Ya no.

Mucho ha cambiado desde que mi tata me regaló mi primera poltrona de madera o cuando lo vi llorar porque gasté mis ahorros de la infancia para comprarle un par de pantuflas. Parece que fue hace tanto cuando mi manina preparaba el tamal premiado con chiltepines o que horneaba las galletas de nuez con azúcar glas que devorábamos a hurtadillas. Tuve -tuvimos- una niñez preciosa entre abrazos, regalos y carcajadas que vienen por añadidura con las familias grandes.

Creía que mis mejores recuerdos navideños los había tenido en ese rinconcito del mundo que llamábamos “en que mi manina”. Sabía que no me traicionaba la nostalgia, porque sí fui muy muy muy feliz. No he vuelto a esa cocina ni para el recalentado.

Ahora brindo con otras copas y otros rostros. Crecí. Me hice adulta. Me reproduje. Adopté y me adoptaron. Tengo una familia mucho más grande que me dio la vida; entre mis brazos tengo a los que me regaló la sangre y a los que me escogieron a pesar de ello. Y sigo siendo muy feliz.

Después de muchos años, pasamos la Navidad en la casa de la abuela, mi mamá. El pavo ya no es con vino, sino con achiote y las galletas se cambiaron por ensalada de frutas frescas. Seguimos celebrando a pesar de los años, el cansancio, la muerte, la misma vida y los recuerdos. En nuestra mesa se han vuelto a sentar aquellos con los que madrugué en espera de Santa o los primos que gritaban de emoción con cada broma en el intercambio navideño; también están ellas, mi familia del corazón, la que no me dio la sangre, sino el puro amor y ellos, los que se han convertido en compadres, a los que nos une la admiración y una orfandad compartida. ¡Qué fortuna!

Nos faltaron muchos: Los que murieron y los que nos enterraron; los que no pueden cruzar y los que no quisieron hacerlo; los que soñaban con estar aquí y los que nos acompañaron por video. Brindamos por todos. No olvidamos el luto que venimos cargando desde hace 34 años, lo abrazamos. Perdimos a muchos, pero ganamos a más. ¡Salud por eso!

No soy la única con el corazón alborotado; lo veo en sus sonrisas. Hay algo mágico en esto que llamamos tradición que se contagia; más miradas pícaras que perdidas; hay madurez e inocencia; están las nuevas generaciones y las que nos estancamos de vez en cuando en los recuerdos. Hay paz, la que solo se da después del perdón. Hay abrazos que son bálsamo y reencuentros que son eternos. Hay todo lo que se necesita para ser feliz en cualquier rincón, en cualquier cocina y en cualquier momento: Amor… y ése nos alcanza para derrochar todo el próximo año.

Feliz Navidad y lo mejor para el 2020.

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.