/ jueves 2 de enero de 2020

Cruzando líneas

Los propósitos que no tengo


SONORA – Las puestas de sol se parecen mucho a los ocasos del calendario: nos dejan sin aliento. Son la agonía que esperamos sin luto, a veces con todas las ansias. Sabemos que algo se nos acaba, se va, se difumina, se oculta; incluso así, lo saboreamos, exhalamos y sentimos alivio. Uno más. Sobrevivimos. Mañana siempre habrá otro año, otro amanecer… hasta que caemos con el sol; entonces ya no, al menos para nosotros.

Así se fue el 2019. Nos madrugó y nos tardeó. Fue un año desafiante. Le alcanzaron los días para llevarnos de un extremo a otro, a veces con una paciencia abrumadora y otras de un golpe seco. Conmigo fue tan generoso como despechado. Me dio mucho; también me lo quitó. Intentó noquearme y me levanté una y otra vez.

El año pasado hizo que me arrodillara. Pedí esquina, muchas veces. Lloré de impotencia entre quirófanos y aeropuertos, y con la misma intensidad me carcajeé por todo y nada. El dolor me cambió. Hubo días en los que me podía comer el mundo y otros en los que no tenía la fuerza para subirme a él. Sobreviví. Mis silencios me sostuvieron.

La Noche Vieja me encontró atropellada entre sueños y recuerdos; la melancolía me traicionó con la factura. ¿Cuál fue el balance de 2019? No me salen las cuentas. El fin de año me obliga a volver a mí. No siempre sé a dónde voy, pero jamás se me olvida de dónde vengo. Soy mi pasado y mi gente, las historias y las manos que me formaron, soy lo que de niña quise ser; lo demás, poco a poco lo vamos intercalando.

Este año no hubo maletas en la puerta ni dinero en el zapato; tampoco hubo uvas ni brindis con champaña. El cansancio venció a las supersticiones que por si las dudas se han instalado en las tradiciones. El 2020 me pilló viendo los fuegos artificiales frente al mar, en pijamas, con una copa de vino y una hoja en blanco.

La soledad y el silencio me coquetearon. Cada año hago los mismos propósitos, los escribo para no olvidarlos y los dejo a conveniencia de la memoria. ¿Quién necesita un recordatorio diario de la dieta, el gimnasio, la lectura y el ejercicio? Mi lista de buenas intenciones se acorta cada año, quizá por el efecto de la resignación, la prisa y la vida. ¿Qué tacharía esta vez? ¡Todo!

Tengo solo una meta para el 2020: que se me vaya la vida viviendo. Este año solo quiero disfrutar de aquellas pequeñas cosas que me alborotan el corazón: una taza de café, una clase de yoga, unos besos apretados, un abrazo de koala, un atardecer, un clic, un viaje, unas carcajadas, un buen vino, una sonrisa chueca, una historia por contar, un documental por filmar, un palomazo, un clic, un suspiro con los ojos cerrados, unos tacos, unas zapatillas altas, cien libros, un par de series, un reencuentro, la familia, las fotos, la luna, cinco horas de sueño y una canción. Solo quiero pequeñas alegrías, muchas y muy seguidas, para gastarme los días… uno nunca sabe, pero me conformo con vivir.

¡Feliz Año Nuevo!

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

Los propósitos que no tengo


SONORA – Las puestas de sol se parecen mucho a los ocasos del calendario: nos dejan sin aliento. Son la agonía que esperamos sin luto, a veces con todas las ansias. Sabemos que algo se nos acaba, se va, se difumina, se oculta; incluso así, lo saboreamos, exhalamos y sentimos alivio. Uno más. Sobrevivimos. Mañana siempre habrá otro año, otro amanecer… hasta que caemos con el sol; entonces ya no, al menos para nosotros.

Así se fue el 2019. Nos madrugó y nos tardeó. Fue un año desafiante. Le alcanzaron los días para llevarnos de un extremo a otro, a veces con una paciencia abrumadora y otras de un golpe seco. Conmigo fue tan generoso como despechado. Me dio mucho; también me lo quitó. Intentó noquearme y me levanté una y otra vez.

El año pasado hizo que me arrodillara. Pedí esquina, muchas veces. Lloré de impotencia entre quirófanos y aeropuertos, y con la misma intensidad me carcajeé por todo y nada. El dolor me cambió. Hubo días en los que me podía comer el mundo y otros en los que no tenía la fuerza para subirme a él. Sobreviví. Mis silencios me sostuvieron.

La Noche Vieja me encontró atropellada entre sueños y recuerdos; la melancolía me traicionó con la factura. ¿Cuál fue el balance de 2019? No me salen las cuentas. El fin de año me obliga a volver a mí. No siempre sé a dónde voy, pero jamás se me olvida de dónde vengo. Soy mi pasado y mi gente, las historias y las manos que me formaron, soy lo que de niña quise ser; lo demás, poco a poco lo vamos intercalando.

Este año no hubo maletas en la puerta ni dinero en el zapato; tampoco hubo uvas ni brindis con champaña. El cansancio venció a las supersticiones que por si las dudas se han instalado en las tradiciones. El 2020 me pilló viendo los fuegos artificiales frente al mar, en pijamas, con una copa de vino y una hoja en blanco.

La soledad y el silencio me coquetearon. Cada año hago los mismos propósitos, los escribo para no olvidarlos y los dejo a conveniencia de la memoria. ¿Quién necesita un recordatorio diario de la dieta, el gimnasio, la lectura y el ejercicio? Mi lista de buenas intenciones se acorta cada año, quizá por el efecto de la resignación, la prisa y la vida. ¿Qué tacharía esta vez? ¡Todo!

Tengo solo una meta para el 2020: que se me vaya la vida viviendo. Este año solo quiero disfrutar de aquellas pequeñas cosas que me alborotan el corazón: una taza de café, una clase de yoga, unos besos apretados, un abrazo de koala, un atardecer, un clic, un viaje, unas carcajadas, un buen vino, una sonrisa chueca, una historia por contar, un documental por filmar, un palomazo, un clic, un suspiro con los ojos cerrados, unos tacos, unas zapatillas altas, cien libros, un par de series, un reencuentro, la familia, las fotos, la luna, cinco horas de sueño y una canción. Solo quiero pequeñas alegrías, muchas y muy seguidas, para gastarme los días… uno nunca sabe, pero me conformo con vivir.

¡Feliz Año Nuevo!

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.