/ viernes 10 de enero de 2020

Cruzando líneas

El espejo de la perversión


ARIZONA.- A los ojos no los calla nada, ni siquiera el miedo o el amor. Los poetas insisten en llamarles ventanas del alma, pero es demasiado romántico; las pupilas son meros espejos de verdades que se callan, con todos los infiernos que pueden arden por dentro. He visto esos demonios asomarse y apoderarse de miradas inocentes. Me han visto también, con ese deje desafiante de un dolor mal entendido, siempre altivo. Los he pillado en ancianos abandonados y arrepentidos, en adultos frustrados y acomplejados… y en niños que pierden el habla tras el abuso.

En los centros de detención de migrantes en Estados Unidos se han reportado al menos 4,500 acusaciones de violaciones y acoso sexual en los últimos cuatro años; hay muchos otros casos más en albergues de cuidado temporal para los menores no acompañados que no se reportan. Los datos del Departamento de Justicia no son precisos, varían dependiendo del número de niños en custodia y su acceso a los servicios médicos.

Pocos hablan de esto. La que el año pasado era considerada una “crisis” migratoria, hoy es noticia vieja. Huele a rancio. Ahora se habla de guerras y elecciones, de masacres y recesiones económicas. Los niños en jaula ya no son noticia; los padres esperando reunirse con los suyos, tampoco. Pero no se ha acabado. Los niños siguen solos, separados, temerosos, madurando a fuerzas a toda marcha, lejos de sus familias o en hogares desconocidos. “¡Ah, pero son muy poquitos, ya!”, dicen. ¡Aunque fuera solo uno!

El enemigo sigue durmiendo con ellos, viéndolos bañarse, tocándolos en silencio, besándolos a fuerza y abusándolos con impunidad. A veces son los adultos con o sin uniforme; en ocasiones, son los de la misma edad de ellos.

Los niños también han crecido y aprendido con el ejemplo. Ellos son los que se bajan los pantalones y atacan para que no los ataquen; su trauma lo proyectan en abuso, quizá -dicen- como un perverso instinto de supervivencia. “¿Qué se puede esperar si se encierran todos los miedos juntos?” Es peor y más cruel que los juegos del hambre, es una versión real de la desesperación humana.

La indignación no basta; no.

Los congresistas han pedido un informe tras otro, comparan números, realizan visitas guiadas por los centros de detención, algunos organizan protestas, pero no cambian nada. La bipolaridad política del presidente Trump con Irán ha vuelto a desviar la atención, como siempre, del escabroso tema del niño migrante abusado y las múltiples muertes de menores en detención. Justo esta semana se cumple el plazo para que el gobierno rinda cuentas y dé explicaciones de lo que pasa en esas cárceles disfrazadas de albergues temporales. ¿Cuántos van? ¿Cuántos faltan? ¿Cuántos han muerto en vida? ¿Cuántos quedan con la inocencia intacta?

Basta verlos a los ojos para saber que no sobrevivieron. Parpadean, respiran, quizá lagrimean, pero no igual. Sus ventanas del alma se convirtieron en el espejo de la perversión… y quizá no haya vuelta atrás. ¿Quién tiene la culpa?

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

El espejo de la perversión


ARIZONA.- A los ojos no los calla nada, ni siquiera el miedo o el amor. Los poetas insisten en llamarles ventanas del alma, pero es demasiado romántico; las pupilas son meros espejos de verdades que se callan, con todos los infiernos que pueden arden por dentro. He visto esos demonios asomarse y apoderarse de miradas inocentes. Me han visto también, con ese deje desafiante de un dolor mal entendido, siempre altivo. Los he pillado en ancianos abandonados y arrepentidos, en adultos frustrados y acomplejados… y en niños que pierden el habla tras el abuso.

En los centros de detención de migrantes en Estados Unidos se han reportado al menos 4,500 acusaciones de violaciones y acoso sexual en los últimos cuatro años; hay muchos otros casos más en albergues de cuidado temporal para los menores no acompañados que no se reportan. Los datos del Departamento de Justicia no son precisos, varían dependiendo del número de niños en custodia y su acceso a los servicios médicos.

Pocos hablan de esto. La que el año pasado era considerada una “crisis” migratoria, hoy es noticia vieja. Huele a rancio. Ahora se habla de guerras y elecciones, de masacres y recesiones económicas. Los niños en jaula ya no son noticia; los padres esperando reunirse con los suyos, tampoco. Pero no se ha acabado. Los niños siguen solos, separados, temerosos, madurando a fuerzas a toda marcha, lejos de sus familias o en hogares desconocidos. “¡Ah, pero son muy poquitos, ya!”, dicen. ¡Aunque fuera solo uno!

El enemigo sigue durmiendo con ellos, viéndolos bañarse, tocándolos en silencio, besándolos a fuerza y abusándolos con impunidad. A veces son los adultos con o sin uniforme; en ocasiones, son los de la misma edad de ellos.

Los niños también han crecido y aprendido con el ejemplo. Ellos son los que se bajan los pantalones y atacan para que no los ataquen; su trauma lo proyectan en abuso, quizá -dicen- como un perverso instinto de supervivencia. “¿Qué se puede esperar si se encierran todos los miedos juntos?” Es peor y más cruel que los juegos del hambre, es una versión real de la desesperación humana.

La indignación no basta; no.

Los congresistas han pedido un informe tras otro, comparan números, realizan visitas guiadas por los centros de detención, algunos organizan protestas, pero no cambian nada. La bipolaridad política del presidente Trump con Irán ha vuelto a desviar la atención, como siempre, del escabroso tema del niño migrante abusado y las múltiples muertes de menores en detención. Justo esta semana se cumple el plazo para que el gobierno rinda cuentas y dé explicaciones de lo que pasa en esas cárceles disfrazadas de albergues temporales. ¿Cuántos van? ¿Cuántos faltan? ¿Cuántos han muerto en vida? ¿Cuántos quedan con la inocencia intacta?

Basta verlos a los ojos para saber que no sobrevivieron. Parpadean, respiran, quizá lagrimean, pero no igual. Sus ventanas del alma se convirtieron en el espejo de la perversión… y quizá no haya vuelta atrás. ¿Quién tiene la culpa?

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.