/ jueves 10 de marzo de 2022

Cruzando líneas

¿En dónde guardas tus silencios?


Una mujer es un ser de silencios. Uno tras otro. Escondemos palabras, amores y rencores en la garganta y en las caderas; acumulamos lo que no queremos decir en el vientre y los pies que se nos hinchan en protesta. Tenemos secretos tensados en la barriga y la garganta. Se nos ahogan los pensamientos en los párpados y los brazos. Tenemos clósets y hornos atiborrados de ahorita, mejor mañana y millones de vale más no decir nada.

Callamos mucho. Hemos perfeccionado el arte de responder con ojos y lágrimas; así, sin ruido. Callamos tanto que nos juzgan cuando gritamos de euforia, de dolor, de placer o de impotencia. Cuando nos atrevemos a hacerle un agujero a la nada, nuestro mundo tiembla… el mundo, todo, tiembla.

Hemos sepultado oraciones enteras por generaciones. Sangramos, parimos, migramos y, a veces, huimos de puntitas, entre murmullos. Nos lavamos con lágrimas, mientras se nos empastan los labios de la resequedad de verbos. Tenemos la lengua entumecida y nos hacen falta besos (muchos), cafés y charlas hasta la madrugada. Pero estamos solas demasiado; nos quedamos a merced de la conciencia y el maldito subconsciente atiza las voces internas que poco o nada saben del silencio.

Y solo cuando nos derrumbamos, lo rompemos todo, hasta el silencio.

Tenemos silencios propios y colectivos; guardamos muchos ajenos. También tenemos secretos. Los desnudamos a cuentagotas. Guardamos con más celo aquellos de amores que no nos explicamos o de dolores pospuestos; quizá arrumbamos las conversaciones con nuestro pasado y Dios nos libre si algún día nos atreviéramos a entablar un diálogo interno con nuestros demonios alimentados de miedo.

Tratamos de escuchar siempre al más allá, para no oír lo que traemos dentro. No queremos escuchar a los otros, porque nos vemos en un espejo. Asusta la nada. Se impone la quietud. Aturde la falta de algo.

Para romper un silencio debe escucharlo alguien, vale con una misma. Es cuestión de callar nuestros sonidos para escuchar nuestras voces. Nos aturden los pensamientos, nos distraen los crujidos de las articulaciones, el tronido de rodilla, el zumbido del oído, el latido del corazón, la respiración entrecortada, los gemidos, los suspiros, el martillo en la cabeza, las carcajadas, los pucheros, los gritos cotidianos… y el mundo: el tráfico, la radio, la música, los aplausos, las sirenas, las conversaciones ajenas, el teclado, los ladridos, el viento, los llantos… en fin, todo lo que suena.

El silencio también suena; grita, se impone, separa o une, dignifica o condena.

Tengo muchos silencios guardados en mi cuerpo y otros más en mi ordenador. Yo rompo los míos en renglones, en historias, en mensajes de texto y fotografías callejeras. A veces, solo a veces, hablo. Tengo conversaciones que nunca salen de mi mente y expresiones que se me han clavado en el cerebro. Fantaseo mucho y digo poco. Necesito dejar de hablar de los otros, para ocuparme de los míos. Hay días que también me pesa el alma. Sé que no soy la única. Las mujeres somos los cofres del silencio. Tú ¿Dónde pones los tuyos? ¿Los guardas y los silencias? ¿En qué parte los has escondido en tu cuerpo?

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa. Es becaria Senior programa JSK Community Impact de Stanford, The Carter Center, EWA, Fi2W, Listening Post Collective y el programa de liderazgo en periodismo de CUNY


¿En dónde guardas tus silencios?


Una mujer es un ser de silencios. Uno tras otro. Escondemos palabras, amores y rencores en la garganta y en las caderas; acumulamos lo que no queremos decir en el vientre y los pies que se nos hinchan en protesta. Tenemos secretos tensados en la barriga y la garganta. Se nos ahogan los pensamientos en los párpados y los brazos. Tenemos clósets y hornos atiborrados de ahorita, mejor mañana y millones de vale más no decir nada.

Callamos mucho. Hemos perfeccionado el arte de responder con ojos y lágrimas; así, sin ruido. Callamos tanto que nos juzgan cuando gritamos de euforia, de dolor, de placer o de impotencia. Cuando nos atrevemos a hacerle un agujero a la nada, nuestro mundo tiembla… el mundo, todo, tiembla.

Hemos sepultado oraciones enteras por generaciones. Sangramos, parimos, migramos y, a veces, huimos de puntitas, entre murmullos. Nos lavamos con lágrimas, mientras se nos empastan los labios de la resequedad de verbos. Tenemos la lengua entumecida y nos hacen falta besos (muchos), cafés y charlas hasta la madrugada. Pero estamos solas demasiado; nos quedamos a merced de la conciencia y el maldito subconsciente atiza las voces internas que poco o nada saben del silencio.

Y solo cuando nos derrumbamos, lo rompemos todo, hasta el silencio.

Tenemos silencios propios y colectivos; guardamos muchos ajenos. También tenemos secretos. Los desnudamos a cuentagotas. Guardamos con más celo aquellos de amores que no nos explicamos o de dolores pospuestos; quizá arrumbamos las conversaciones con nuestro pasado y Dios nos libre si algún día nos atreviéramos a entablar un diálogo interno con nuestros demonios alimentados de miedo.

Tratamos de escuchar siempre al más allá, para no oír lo que traemos dentro. No queremos escuchar a los otros, porque nos vemos en un espejo. Asusta la nada. Se impone la quietud. Aturde la falta de algo.

Para romper un silencio debe escucharlo alguien, vale con una misma. Es cuestión de callar nuestros sonidos para escuchar nuestras voces. Nos aturden los pensamientos, nos distraen los crujidos de las articulaciones, el tronido de rodilla, el zumbido del oído, el latido del corazón, la respiración entrecortada, los gemidos, los suspiros, el martillo en la cabeza, las carcajadas, los pucheros, los gritos cotidianos… y el mundo: el tráfico, la radio, la música, los aplausos, las sirenas, las conversaciones ajenas, el teclado, los ladridos, el viento, los llantos… en fin, todo lo que suena.

El silencio también suena; grita, se impone, separa o une, dignifica o condena.

Tengo muchos silencios guardados en mi cuerpo y otros más en mi ordenador. Yo rompo los míos en renglones, en historias, en mensajes de texto y fotografías callejeras. A veces, solo a veces, hablo. Tengo conversaciones que nunca salen de mi mente y expresiones que se me han clavado en el cerebro. Fantaseo mucho y digo poco. Necesito dejar de hablar de los otros, para ocuparme de los míos. Hay días que también me pesa el alma. Sé que no soy la única. Las mujeres somos los cofres del silencio. Tú ¿Dónde pones los tuyos? ¿Los guardas y los silencias? ¿En qué parte los has escondido en tu cuerpo?

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa. Es becaria Senior programa JSK Community Impact de Stanford, The Carter Center, EWA, Fi2W, Listening Post Collective y el programa de liderazgo en periodismo de CUNY