La cultura de celebrar la muerte para sobrevivir
Octubre y su cambio de clima han irrumpido prácticamente en esta zona fronteriza del desierto sonorense.
La cercanía con Estados Unidos de América contagia a que sin barreras, se extienda hasta el lado mexicano, el entusiasmo de la celebración del famoso Halloween. Salen a relucir los disfraces y dulce o truco es el lema para divertirse, saborear golosinas gratis, hacer bromas y provoca a que surjan los talentos literarios escribiendo las famosas “calaveras” a los amigos o familiares basándose en su apariencia física, atributos, defectos o manías tan reconocidas en el individuo, que ya son del dominio popular.
Los ventarrones y lluvias ligeras no se hacen esperar. Los pies de las dunas se pintan con florecillas silvestres y la vida parece renacer desde los majestuosos sahuaros, centinelas silenciosos de la flora y fauna. A sus pies el cactus le ofrenda la sonrisa rojiza de una pitaya dulce, madura.
Hay algarabía. Las flores de papel de china y las naturales empiezan a asomar en las cercas de algunas casas, donde los moradores exhiben las famosas y hermosas coronas y cruces hechas a mano, actividad artesanal y ancestral, realizada en familia y con la esperanza de mejorar la economía. Hay que sobrevivir ganando unos pesos con adornos para disfrazar a la muerte, para transformarla sutilmente en la Catrina, la elegante dama de la cintura fina. ¡Y hay que ver, lo de poner una ofrenda, no vaya a ser, que algún difunto se ofenda!
¡Vámonos a conseguir lo del mole o el antojo de la difunta abuela! Llevarle sus tamalitos y su jarrito de atole al panteón. No vaya a ser que de noche, se aparezca su fantasma y nos pegue un buen agarrón, o un tremendo susto, todo por no haberle dado gusto. En la noche de los muertos habrá fiesta en Camposanto. Algunos llevarán taca-tacas o algún mariachi desvelado. Otros los celebraran con su música a todo lo que da, con sus bocinotas recién “agarradas” fiadas en la tienda de la tarjeta amarilla, o la verde, esa, la de los interminables pagos chiquititos. Habrá pulque, tesgüino, tequila, hasta alcohol de 96 grados y algún valiente tomará cerveza helada, aunque otro día no pueda hablar y la garganta sienta atragantada. Pero aquí lo importante es celebrar la vida de quienes ya no están y siguen vivos en nuestra memoria y el corazón. Consumir lo que elaboran nuestros artesanos, contribuir y apoyarnos entre nosotros mismos paisanos y sobre todo, conservar nuestras tradiciones.