/ domingo 24 de octubre de 2021

CULTURARTE

Generación de cristal


Se les denomina así a los nacidos del año 2000 a la fecha, a quienes son “productos” de padres sobreprotectores, que a su vez provienen de familias generalmente de muy bajos recursos económicos y que los sobreprotegen alegando que no quieren que les falta nada como a ellos. Compensan la convivencia y afecto con cosas materiales y no cumplen con su misión de criar para la vida brindándoles seguridad, fortaleciendo su autoestima y fomentando su espíritu de competencia infundiéndoles disciplina y valores.


La sobreprotección los vuelve frágiles y volátiles, pero también les fomenta rebeldía, algo que tiene sus lados buenos y malos.

Esa rebeldía y escaso compromiso con las reglas y etiquetas sociales los hace ser retadores y cuestionan todo lo que la mayoría de las generaciones pasadas acatábamos sin chistar y no por ser débiles o sin carácter, sino por qué fuimos formados con tan estricta disciplina. Que discutir lo establecido era casi inconcebible. Son vulnerables, pero tienen firmes sus convicciones y defienden acérrimamente sus causas, como por ejemplo, en casos de protestas en contra del racismo o a favor de legalizar el aborto.

Son huéspedes de internet. Multifacéticos creadores e innovadores, pero son también muy susceptibles a la crítica y como buenos hijos de la era digital, mudan de escenarios sin establecer vínculos permanentes, ya que si algo no les parece lo eliminan o bloquean y se terminó el problema. Pero en la vida real laboral y afectiva también lo hacen. Si un trabajo o relación de pareja no les parece, lo dejan y se buscan otro (a) y ya. Podríamos pensar: “Total, el trabajo lo dejan porque para lo básico y apremiante están papá y mamá”, pero no, muchos jóvenes no gozan o disfrutan de esa tutela y hay otros motivos que los obligan a mudar de empleos en busca de mayores ingresos y exponiéndose a riesgos de seguridad y salud. Uno muy importante es la incertidumbre y la ambigua promesa de una jubilación digna y oportuna. No se ven en edad de poder disfrutar con algo de salud y aunque sea unos pocos años, del fruto de lo que se antoja una larguísima vida laboral. Eso los limita, los deprime y aunque tengan una educación profesional adecuada, les quita las ganas de “ponerse una camiseta con una empresa”, de hacer equipo y renovar estrategias para sobresalir, de hacerse indispensable y ser valorado como empleado.


Generación de cristal


Se les denomina así a los nacidos del año 2000 a la fecha, a quienes son “productos” de padres sobreprotectores, que a su vez provienen de familias generalmente de muy bajos recursos económicos y que los sobreprotegen alegando que no quieren que les falta nada como a ellos. Compensan la convivencia y afecto con cosas materiales y no cumplen con su misión de criar para la vida brindándoles seguridad, fortaleciendo su autoestima y fomentando su espíritu de competencia infundiéndoles disciplina y valores.


La sobreprotección los vuelve frágiles y volátiles, pero también les fomenta rebeldía, algo que tiene sus lados buenos y malos.

Esa rebeldía y escaso compromiso con las reglas y etiquetas sociales los hace ser retadores y cuestionan todo lo que la mayoría de las generaciones pasadas acatábamos sin chistar y no por ser débiles o sin carácter, sino por qué fuimos formados con tan estricta disciplina. Que discutir lo establecido era casi inconcebible. Son vulnerables, pero tienen firmes sus convicciones y defienden acérrimamente sus causas, como por ejemplo, en casos de protestas en contra del racismo o a favor de legalizar el aborto.

Son huéspedes de internet. Multifacéticos creadores e innovadores, pero son también muy susceptibles a la crítica y como buenos hijos de la era digital, mudan de escenarios sin establecer vínculos permanentes, ya que si algo no les parece lo eliminan o bloquean y se terminó el problema. Pero en la vida real laboral y afectiva también lo hacen. Si un trabajo o relación de pareja no les parece, lo dejan y se buscan otro (a) y ya. Podríamos pensar: “Total, el trabajo lo dejan porque para lo básico y apremiante están papá y mamá”, pero no, muchos jóvenes no gozan o disfrutan de esa tutela y hay otros motivos que los obligan a mudar de empleos en busca de mayores ingresos y exponiéndose a riesgos de seguridad y salud. Uno muy importante es la incertidumbre y la ambigua promesa de una jubilación digna y oportuna. No se ven en edad de poder disfrutar con algo de salud y aunque sea unos pocos años, del fruto de lo que se antoja una larguísima vida laboral. Eso los limita, los deprime y aunque tengan una educación profesional adecuada, les quita las ganas de “ponerse una camiseta con una empresa”, de hacer equipo y renovar estrategias para sobresalir, de hacerse indispensable y ser valorado como empleado.


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