/ jueves 1 de octubre de 2020

El circo electoral

Qué miedo, sí, miedo, que a uno le falten pantalones y que al otro le sobren. Qué ironía que dos hombres mayores blancos privilegiados hablen de un país al que la raza le arde y le incomoda. Qué horror que hablen por mí y por ti, como si nos conocieran, como si nuestras vidas hubieran sido iguales, como si fuéramos por el mundo en burbujas vecinas especiales… y no. No nos parecemos. No me convencen.

No quiero admitirlo, pero me cuesta resignarme a pensar que nuestro futuro depende del que creamos que es el menos de los males… ¿y quién es el menos peor? No sé. Esto aplica en cualquier elección en cualquier lugar del mundo. ¿Será que en verdad sí tenemos el gobierno que nos merecemos?

El debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden convirtió la política nacional en un hazmerreír mundial; ataques personales, interrupciones sin sentidos, berrinches, quicios exaltados y mucha prepotencia, a veces sumisión. También me dejó este sentimiento de vacío al pensar que no hay más remedio. La contienda se ha convertido en el circo de desastre: el mano a mano del “payaso” y el “bad hombre”.

El primer asalto nos dejó traumatizados y quizá con la idea de lo absurda, sucia y miserable que puede ser eso que algunos llaman diálogo democrático. No lo hemos visto todo. No hemos tocado fondo. Esto no se acaba.

Falta un mes para las elecciones y las campañas se intensifican, no solo la de los candidatos, sino las de grupos con intereses especiales que quieren que votes y lo hagas por quien ellos quieres. Nos atarantan. Nos tocan un son y bailamos, luego nos cambian la música. Después del voto, se apagan… a veces desaparecen. Las promesas se esfuman con ellas y nos quedamos mareados bailando con el enemigo.

Cuando llega la hora de tachar la boleta, recordamos todo lo que hemos recogido en el camino, lo que tenemos sembrado en la cabeza: la esperanza, la emoción, la apatía, la venganza, la indiferencia, la historia, los recuerdos, los miedos, las ganas y la necesidad.

Pero la apatía no es la respuesta. Hay millones de votos silenciosos que se van a la basura por la mera indiferencia. Y lo repetimos en cada elección, grande o pequeña. Hasta que nos hartemos o despertemos, quizá hasta que no nos convenga.

El primer debate presidencial fue un desastre, un caos sin control que ejemplifica lo que hemos vivido este 2020. ¿O será una premoción de lo que viene? Lo que venga, lo sobreviviremos, porque lo hemos hecho siempre, en Estados Unidos, México y el mundo. Quizá en este noviembre nos atrevamos a romper el circulo vicioso… quizá.


Qué miedo, sí, miedo, que a uno le falten pantalones y que al otro le sobren. Qué ironía que dos hombres mayores blancos privilegiados hablen de un país al que la raza le arde y le incomoda. Qué horror que hablen por mí y por ti, como si nos conocieran, como si nuestras vidas hubieran sido iguales, como si fuéramos por el mundo en burbujas vecinas especiales… y no. No nos parecemos. No me convencen.

No quiero admitirlo, pero me cuesta resignarme a pensar que nuestro futuro depende del que creamos que es el menos de los males… ¿y quién es el menos peor? No sé. Esto aplica en cualquier elección en cualquier lugar del mundo. ¿Será que en verdad sí tenemos el gobierno que nos merecemos?

El debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden convirtió la política nacional en un hazmerreír mundial; ataques personales, interrupciones sin sentidos, berrinches, quicios exaltados y mucha prepotencia, a veces sumisión. También me dejó este sentimiento de vacío al pensar que no hay más remedio. La contienda se ha convertido en el circo de desastre: el mano a mano del “payaso” y el “bad hombre”.

El primer asalto nos dejó traumatizados y quizá con la idea de lo absurda, sucia y miserable que puede ser eso que algunos llaman diálogo democrático. No lo hemos visto todo. No hemos tocado fondo. Esto no se acaba.

Falta un mes para las elecciones y las campañas se intensifican, no solo la de los candidatos, sino las de grupos con intereses especiales que quieren que votes y lo hagas por quien ellos quieres. Nos atarantan. Nos tocan un son y bailamos, luego nos cambian la música. Después del voto, se apagan… a veces desaparecen. Las promesas se esfuman con ellas y nos quedamos mareados bailando con el enemigo.

Cuando llega la hora de tachar la boleta, recordamos todo lo que hemos recogido en el camino, lo que tenemos sembrado en la cabeza: la esperanza, la emoción, la apatía, la venganza, la indiferencia, la historia, los recuerdos, los miedos, las ganas y la necesidad.

Pero la apatía no es la respuesta. Hay millones de votos silenciosos que se van a la basura por la mera indiferencia. Y lo repetimos en cada elección, grande o pequeña. Hasta que nos hartemos o despertemos, quizá hasta que no nos convenga.

El primer debate presidencial fue un desastre, un caos sin control que ejemplifica lo que hemos vivido este 2020. ¿O será una premoción de lo que viene? Lo que venga, lo sobreviviremos, porque lo hemos hecho siempre, en Estados Unidos, México y el mundo. Quizá en este noviembre nos atrevamos a romper el circulo vicioso… quizá.