/ domingo 13 de marzo de 2022

Enfermedad y sanación

“Da al médico por sus servicios los honores que merece, que también a él lo creó el Señor, hijo en tu enfermedad no seas negligente, sino ruega al Señor que él te curará, aparta las faltas, endereza tus manos y de todo pecado purifica el corazón. Recurre luego al médico, pues el Señor le creó también a él, que no se aparte de tu lado pues de él has de necesitar”. ECLESIASTÉS 38


Según la OMS, definir enfermedad es la alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, manifestada por síntomas y signos característicos.

Existen diversas maneras de experimentar nuestras limitaciones humanas, pero nunca como en la enfermedad, cuando gozamos de salud nos sentimos seguros y satisfechos, fuertes y capaces de realizar planes; pero ante la enfermedad, surgen las verdaderas crisis existenciales como el dolor, dependencia, miedo, impotencia, frustración. La persona comienza a experimentar un cuerpo diferente afectado por algo ajeno a su voluntad y que no está bajo su control.

Existen interpretaciones erróneas de la enfermedad como una resignación pasiva y fatalista donde la persona acepta su proceso pensando que es voluntad de Dios y confunde dicha voluntad con la fragilidad del cuerpo humano o pensar que la enfermedad es una consecuencia del destino por lo que no queda otra más que aguantar o someterse excluyendo el ánimo y la esperanza. Sin duda, algunas personas viven la enfermedad con madurez y otras con infantilismo, unos se desesperan, otros conservan la serenidad, unos la consideran un castigo injusto, otros como un momento especial de la llamada de Dios.

Lo cierto que la enfermedad es un estado vulnerable del ser humano que nos lleva a reflexionar lo frágil que puede ser nuestra vida y los lazos de afecto con las personas que amamos, la enfermedad pone de rodillas no sólo al paciente, sino a todos los que le rodean, pues en momentos difíciles del dolor es donde sale a flote la solidez de lazos familiares; como la unidad, bondad, generosidad, responsabilidad y hasta la fe cristiana de cumplir las obra de misericordia con el enfermo a ejemplo del buen samaritano como lo mencionaba Nuestro Señor Jesucristo.

Cristo con su vida y mensaje nos permite entender la enfermedad de otra manera, pues al mismo tiempo que sana la enfermedad perdona los pecados buscando una sanación integral. Hoy en día escuchamos hablar de enfermedades psicosomáticas, enfermedades de origen emocional o el mismo estrés catalogado como el flagelo del mundo moderno. Nuestro Señor Jesucristo siempre alimentaba la Esperanza diciendo: “Ánimo”, “No tengas miedo”, nos enseñó cómo mirar al enfermo desde la misericordia y la compasión, se aproximaba para tocarlos y extendía sus manos para ayudarles a levantar.

En la manada el animal enfermo es el más débil, entre los hombres, el enfermo solo es el más frágil. En la manada el animal más fuerte se come al débil, entre los hombres, el más fuerte ayuda y sostiene al débil.


“Da al médico por sus servicios los honores que merece, que también a él lo creó el Señor, hijo en tu enfermedad no seas negligente, sino ruega al Señor que él te curará, aparta las faltas, endereza tus manos y de todo pecado purifica el corazón. Recurre luego al médico, pues el Señor le creó también a él, que no se aparte de tu lado pues de él has de necesitar”. ECLESIASTÉS 38


Según la OMS, definir enfermedad es la alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, manifestada por síntomas y signos característicos.

Existen diversas maneras de experimentar nuestras limitaciones humanas, pero nunca como en la enfermedad, cuando gozamos de salud nos sentimos seguros y satisfechos, fuertes y capaces de realizar planes; pero ante la enfermedad, surgen las verdaderas crisis existenciales como el dolor, dependencia, miedo, impotencia, frustración. La persona comienza a experimentar un cuerpo diferente afectado por algo ajeno a su voluntad y que no está bajo su control.

Existen interpretaciones erróneas de la enfermedad como una resignación pasiva y fatalista donde la persona acepta su proceso pensando que es voluntad de Dios y confunde dicha voluntad con la fragilidad del cuerpo humano o pensar que la enfermedad es una consecuencia del destino por lo que no queda otra más que aguantar o someterse excluyendo el ánimo y la esperanza. Sin duda, algunas personas viven la enfermedad con madurez y otras con infantilismo, unos se desesperan, otros conservan la serenidad, unos la consideran un castigo injusto, otros como un momento especial de la llamada de Dios.

Lo cierto que la enfermedad es un estado vulnerable del ser humano que nos lleva a reflexionar lo frágil que puede ser nuestra vida y los lazos de afecto con las personas que amamos, la enfermedad pone de rodillas no sólo al paciente, sino a todos los que le rodean, pues en momentos difíciles del dolor es donde sale a flote la solidez de lazos familiares; como la unidad, bondad, generosidad, responsabilidad y hasta la fe cristiana de cumplir las obra de misericordia con el enfermo a ejemplo del buen samaritano como lo mencionaba Nuestro Señor Jesucristo.

Cristo con su vida y mensaje nos permite entender la enfermedad de otra manera, pues al mismo tiempo que sana la enfermedad perdona los pecados buscando una sanación integral. Hoy en día escuchamos hablar de enfermedades psicosomáticas, enfermedades de origen emocional o el mismo estrés catalogado como el flagelo del mundo moderno. Nuestro Señor Jesucristo siempre alimentaba la Esperanza diciendo: “Ánimo”, “No tengas miedo”, nos enseñó cómo mirar al enfermo desde la misericordia y la compasión, se aproximaba para tocarlos y extendía sus manos para ayudarles a levantar.

En la manada el animal enfermo es el más débil, entre los hombres, el enfermo solo es el más frágil. En la manada el animal más fuerte se come al débil, entre los hombres, el más fuerte ayuda y sostiene al débil.