/ domingo 12 de septiembre de 2021

FE Y RAZÓN

La muerte de un inocente sin defensa


Proclama San Juan Pablo II en Madrid: Quien niega la defensa a la persona humana inocente y débil, a la persona concebida aunque no nacida, cometería una gran violación a la vida temporal, pues nunca se puede legitimar la muerte de un inocente.

El pasado 7 de septiembre, previo al temblor de 7.1 grados que se sintió en el centro del país y el diluvio que inundó en varias partes de la República, la Suprema Corte de Justicia de la Nación dio el fallo unánime sobre la despenalización del aborto. Este tema legal ha llegado a ser en casi todas las partes un tema de discusiones apasionantes lo cual serían menos graves si no se tratasen de vidas humanas, valor primordial que es necesario proteger y promover.

Nunca es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema por más grande que éste sea y menos cuando esta vida humana se trata de un ser que no es capaz de defenderse. El papa Francisco con gran sabiduría y humildad nos ayuda a entender más la situación: Pues el aborto nunca es la respuesta que buscan las mujeres y las familias, más bien es el miedo a la enfermedad y a la soledad lo que hace que los padres vacilen. Las dificultades prácticas, humanas y espirituales son innegables y corresponde al estado y a la iglesia, así como a todas las instituciones que velan por la dignidad de la persona, crear programas y estructuras que promuevan y tutelen verdaderamente la dignidad de la mujer antes y después del nacimiento y estar convencidos que antes que el derecho a la libertad de elección se encuentra el derecho fundamental a la vida, pues si este último no es respetado, difícilmente se respetaran o promoverán adecuadamente los demás derechos humanos.

La Madre Teresa de Calcuta decía: Que si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, ¿cómo podremos decidir a otros que no se maten? La única manera de persuadir a una mujer de que no se practique el aborto es recordar que amar significa dar hasta que duela aunque esto signifique sacrificar proyectos o tiempo libre, pues al abortar la madre no ha aprendido amar y a tratado de solucionar sus problemas matando a su propio hijo, con el aborto seguimos promoviendo una misoginia y eximiendo a los padres biológicos que no tienen que asumir la responsabilidad por sus propios hijos. Y un país que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo amar, sino aplicar la violencia para conseguir lo que se quiere. Una nación que legaliza el aborto es pobre porque le tiene miedo a un niño no nacido y por eso el niño tiene que morir.

La iglesia como madre conoce lo que pesa por el corazón de las mujeres que luchan contra toda forma de discriminación y violencia y si verdaderamente se quiere ayudar a la mujer y dar un paso histórico como sociedad y nación debemos acabar primero con el feminicidio, la violencia intrafamiliar y la trata de personas.

El no nacido todavía no conoce de esto, el aborto no es la solución, sino el inicio de una violencia por falta de amor.


La muerte de un inocente sin defensa


Proclama San Juan Pablo II en Madrid: Quien niega la defensa a la persona humana inocente y débil, a la persona concebida aunque no nacida, cometería una gran violación a la vida temporal, pues nunca se puede legitimar la muerte de un inocente.

El pasado 7 de septiembre, previo al temblor de 7.1 grados que se sintió en el centro del país y el diluvio que inundó en varias partes de la República, la Suprema Corte de Justicia de la Nación dio el fallo unánime sobre la despenalización del aborto. Este tema legal ha llegado a ser en casi todas las partes un tema de discusiones apasionantes lo cual serían menos graves si no se tratasen de vidas humanas, valor primordial que es necesario proteger y promover.

Nunca es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema por más grande que éste sea y menos cuando esta vida humana se trata de un ser que no es capaz de defenderse. El papa Francisco con gran sabiduría y humildad nos ayuda a entender más la situación: Pues el aborto nunca es la respuesta que buscan las mujeres y las familias, más bien es el miedo a la enfermedad y a la soledad lo que hace que los padres vacilen. Las dificultades prácticas, humanas y espirituales son innegables y corresponde al estado y a la iglesia, así como a todas las instituciones que velan por la dignidad de la persona, crear programas y estructuras que promuevan y tutelen verdaderamente la dignidad de la mujer antes y después del nacimiento y estar convencidos que antes que el derecho a la libertad de elección se encuentra el derecho fundamental a la vida, pues si este último no es respetado, difícilmente se respetaran o promoverán adecuadamente los demás derechos humanos.

La Madre Teresa de Calcuta decía: Que si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, ¿cómo podremos decidir a otros que no se maten? La única manera de persuadir a una mujer de que no se practique el aborto es recordar que amar significa dar hasta que duela aunque esto signifique sacrificar proyectos o tiempo libre, pues al abortar la madre no ha aprendido amar y a tratado de solucionar sus problemas matando a su propio hijo, con el aborto seguimos promoviendo una misoginia y eximiendo a los padres biológicos que no tienen que asumir la responsabilidad por sus propios hijos. Y un país que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo amar, sino aplicar la violencia para conseguir lo que se quiere. Una nación que legaliza el aborto es pobre porque le tiene miedo a un niño no nacido y por eso el niño tiene que morir.

La iglesia como madre conoce lo que pesa por el corazón de las mujeres que luchan contra toda forma de discriminación y violencia y si verdaderamente se quiere ayudar a la mujer y dar un paso histórico como sociedad y nación debemos acabar primero con el feminicidio, la violencia intrafamiliar y la trata de personas.

El no nacido todavía no conoce de esto, el aborto no es la solución, sino el inicio de una violencia por falta de amor.