/ domingo 20 de marzo de 2022

FE Y RAZÓN

El amor siempre da fruto


Hay una gran diferencia entre el amor, el deseo y el tengo ganas, uno es generoso otro egoísta y el otro estéril, uno es sabio, el otro impulsivo y el otro imbécil.

Sin darnos cuenta vamos reduciendo la vida a lo que nos parece importante como el ganar dinero, comprar cosas, saber divertirnos o pasarla bien y con el tiempo estamos parados en medio de un vacío existencial y de una vida sin más horizonte, ni proyecto. Poco a poco vamos sustituyendo los valores que podrían alentar nuestra vida por pequeños intereses que nos ayudan a sobrevivir sin aspiraciones, donde lo importante es sentirnos bien.

Una sociedad dopada por una amalgama de vicios; llámese azúcar, nicotina, psicotrópicos, alcohol, ludopatía, redes sociales, esteroides anabólicos. Instalados en una cultura de la intrascendencia donde todo lo queremos inmediato, sin esfuerzo y sin dolor, donde confundimos lo valioso con lo que es útil, lo bueno con lo que nos apetece, la felicidad con el bienestar. Y aunque sabemos que eso no es todo, tratamos de convencernos de que eso nos basta. Sin embargo, no podemos seguir viviendo así alimentándonos siempre de lo mismo, sin creatividad ni compromiso alguno y con una sensación extraña de estancamiento o con una incapacidad cada vez mayor de hacernos cargo de nuestra vida en forma responsable.

Según Zigmunt Bauman, hoy en día hay una gran diferencia entre el amor, el deseo y lo que tengo ganas. El amor es lo más cercano a la trascendencia, pues está ligado a lo creativo y por tanto cargado de riesgos, amar significa abrir la puerta a la más sublime de las condiciones humanas en donde el miedo se pierde con la esperanza así como el río se funde con el mar y cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse al amor significa en última instancia dar libertad al ser para entregarse y encarnarla en el otro.

En una cultura de consumo como la nuestra seguidora de los productos listos para uso inmediato, de soluciones rápidas y satisfacciones instantáneas, que busca resultados que no requieren esfuerzo prolongado, que busca recetas infalibles. La promesa de aprender amar se vuelve falsa y engañosa y se vuelca en el deseo como el anhelo de consumir, de absorber, devorar, ingerir y digerir, el deseo que no necesita otro estímulo que la presencia del otro, que solo busca consumir o destruir. Por eso el amor y el deseo tienen propósitos opuestos; el amor es como una red arrojada sobre la eternidad y el deseo es un anzuelo que solo busca devorar el trozo de comida anclada.

Para muchos siguiendo una mentalidad corta en proyectos, sueños, ilusiones, establecen relaciones ni siquiera por deseo o mucho menos por amor, sino porque “tienen ganas” y con esto evitan procesos de responsabilidad, disciplina, sacrificio, esfuerzo y sabiduría. Hoy no estamos haciendo lo que amamos sino lo que tenemos ganas de hacer, hoy no estamos ni siquiera comprando lo que deseábamos sino lo que mire y me dieron ganas de adquirir. Vivir de manera estéril es no entrar en el proceso creador de Dios, permanecer como espectadores pasivos, negar en nosotros lo que nos hace más semejantes al creador que es el amor y la entrega generosa.


El amor siempre da fruto


Hay una gran diferencia entre el amor, el deseo y el tengo ganas, uno es generoso otro egoísta y el otro estéril, uno es sabio, el otro impulsivo y el otro imbécil.

Sin darnos cuenta vamos reduciendo la vida a lo que nos parece importante como el ganar dinero, comprar cosas, saber divertirnos o pasarla bien y con el tiempo estamos parados en medio de un vacío existencial y de una vida sin más horizonte, ni proyecto. Poco a poco vamos sustituyendo los valores que podrían alentar nuestra vida por pequeños intereses que nos ayudan a sobrevivir sin aspiraciones, donde lo importante es sentirnos bien.

Una sociedad dopada por una amalgama de vicios; llámese azúcar, nicotina, psicotrópicos, alcohol, ludopatía, redes sociales, esteroides anabólicos. Instalados en una cultura de la intrascendencia donde todo lo queremos inmediato, sin esfuerzo y sin dolor, donde confundimos lo valioso con lo que es útil, lo bueno con lo que nos apetece, la felicidad con el bienestar. Y aunque sabemos que eso no es todo, tratamos de convencernos de que eso nos basta. Sin embargo, no podemos seguir viviendo así alimentándonos siempre de lo mismo, sin creatividad ni compromiso alguno y con una sensación extraña de estancamiento o con una incapacidad cada vez mayor de hacernos cargo de nuestra vida en forma responsable.

Según Zigmunt Bauman, hoy en día hay una gran diferencia entre el amor, el deseo y lo que tengo ganas. El amor es lo más cercano a la trascendencia, pues está ligado a lo creativo y por tanto cargado de riesgos, amar significa abrir la puerta a la más sublime de las condiciones humanas en donde el miedo se pierde con la esperanza así como el río se funde con el mar y cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse al amor significa en última instancia dar libertad al ser para entregarse y encarnarla en el otro.

En una cultura de consumo como la nuestra seguidora de los productos listos para uso inmediato, de soluciones rápidas y satisfacciones instantáneas, que busca resultados que no requieren esfuerzo prolongado, que busca recetas infalibles. La promesa de aprender amar se vuelve falsa y engañosa y se vuelca en el deseo como el anhelo de consumir, de absorber, devorar, ingerir y digerir, el deseo que no necesita otro estímulo que la presencia del otro, que solo busca consumir o destruir. Por eso el amor y el deseo tienen propósitos opuestos; el amor es como una red arrojada sobre la eternidad y el deseo es un anzuelo que solo busca devorar el trozo de comida anclada.

Para muchos siguiendo una mentalidad corta en proyectos, sueños, ilusiones, establecen relaciones ni siquiera por deseo o mucho menos por amor, sino porque “tienen ganas” y con esto evitan procesos de responsabilidad, disciplina, sacrificio, esfuerzo y sabiduría. Hoy no estamos haciendo lo que amamos sino lo que tenemos ganas de hacer, hoy no estamos ni siquiera comprando lo que deseábamos sino lo que mire y me dieron ganas de adquirir. Vivir de manera estéril es no entrar en el proceso creador de Dios, permanecer como espectadores pasivos, negar en nosotros lo que nos hace más semejantes al creador que es el amor y la entrega generosa.