/ jueves 1 de noviembre de 2018

La estrategia de Trump contra la caravana

Cruzando líneas

ILLINOIS.- Vienen de Honduras decididos a todo. Son más de 2 mil, de todas las edades. No tienen miedo, porque saben que la atención pública los protege de los abusos y las amenazas.

Son los centroamericanos que forman parte de la segunda caravana de migrantes que desafía a los Gobiernos con tal de llegar a un Norte donde -desde ya- son “no deseados”. Aun así, siguen avanzando. Prefieren mudarse que morir. Decidieron renunciar a su tierra, porque la violencia la tiene secuestrada y nada les alcanza para saciar la necesidad. Así que continúan, a pesar del presidente Trump, el hambre o ellos mismos.

Si logran llegar a las garitas, pedirán asilo y se sumarán a los miles de indocumentados que están atiborrando los centros federales en espera de un alivio, una deportación o tan siquiera una respuesta. Si esos 2 mil se siguen multiplicando, se convertirán en otros cientos de estadísticas más de un Gobierno que pareciera liberar con engaños a familias sin papeles bajo promesas falsas de un posible sueño americano. Los sueltan del limbo para mandarlos a un infierno.

Esa es la pesadilla que están viviendo más de 245 niños que todavía están en custodia del Gobierno federal por haber cruzado sin papeles la frontera de México con Estados Unidos tras la polémica implementación de la política migratoria de tolerancia cero. Llegaron con sus papás, pero se quedaron sin ellos. De acuerdo a los informes oficiales, 125 de los progenitores ya fueron deportados, sin haber tenido la oportunidad de reunificarse con los pequeños. Esto no es lo peor. En algunos casos, la custodia de esos menores “huérfanos” fue otorgada a familias estadounidenses, sin el permiso o conocimiento de los padres biológicos. Esos niños cambiaron de brazos sin escogerlo, forzados por un sistema obsoleto de inmigración que se empecina en castigar a los más débiles del eslabón.

Ese es el ejemplo que el presidente Trump quiere ponerles a los que intentan cruzar la frontera por la vía ilegal escudándose en sus hijos: La perversa separación familiar, a veces irreversible y siempre dolorosa. Esa es la advertencia que les lanza a los padres que vienen con sus niños en esta caravana. Así es como el Ejecutivo intenta disuadir a los migrantes de que atraviesen México en busca de la que él mismo llama “Tierra de las Oportunidades”. De esa manera les promete a los legisladores, a las agencias, a los diferentes niveles de Gobierno y al mismo pueblo estadounidense que frenará la inmigración ilegal, a costa de las familias.

A pesar de esto siguen cruzando, porque la necesidad es más grande que el miedo. Hay una mínima esperanza, pero la hay… en sus pueblos ni eso tenían.

Guatemala, Honduras, El Salvador y México son testigos -o cómplices- de un éxodo masivo, sabiendo que los suyos se toparán con un muro más fuerte que el cerco divisorio: La burocracia. Dejan que los migrantes pasen, porque no quieren detenerlos; no les conviene. Pedirles que se quedaran sería como prometerles que cambiarían sus Gobiernos y no se puede, están demasiados corroídos por la corrupción. Ofrecerles algo sería evidenciar un cambio necesario que poco les conviene. Por eso se hacen de la vista gorda. Por eso usan la defensa de los humanos como un estandarte, aunque todos sabemos que se burlan de ellos. Así que les permitirán el paso, porque tampoco ellos los quieren. Pero los que se van, lo hacen con la esperanza de que si llegan al Norte se podría acabar ese limbo de pertenencia en el que han vivido desde el primer pensamiento que tuvieron de huir del que era su hogar.


Cruzando líneas

ILLINOIS.- Vienen de Honduras decididos a todo. Son más de 2 mil, de todas las edades. No tienen miedo, porque saben que la atención pública los protege de los abusos y las amenazas.

Son los centroamericanos que forman parte de la segunda caravana de migrantes que desafía a los Gobiernos con tal de llegar a un Norte donde -desde ya- son “no deseados”. Aun así, siguen avanzando. Prefieren mudarse que morir. Decidieron renunciar a su tierra, porque la violencia la tiene secuestrada y nada les alcanza para saciar la necesidad. Así que continúan, a pesar del presidente Trump, el hambre o ellos mismos.

Si logran llegar a las garitas, pedirán asilo y se sumarán a los miles de indocumentados que están atiborrando los centros federales en espera de un alivio, una deportación o tan siquiera una respuesta. Si esos 2 mil se siguen multiplicando, se convertirán en otros cientos de estadísticas más de un Gobierno que pareciera liberar con engaños a familias sin papeles bajo promesas falsas de un posible sueño americano. Los sueltan del limbo para mandarlos a un infierno.

Esa es la pesadilla que están viviendo más de 245 niños que todavía están en custodia del Gobierno federal por haber cruzado sin papeles la frontera de México con Estados Unidos tras la polémica implementación de la política migratoria de tolerancia cero. Llegaron con sus papás, pero se quedaron sin ellos. De acuerdo a los informes oficiales, 125 de los progenitores ya fueron deportados, sin haber tenido la oportunidad de reunificarse con los pequeños. Esto no es lo peor. En algunos casos, la custodia de esos menores “huérfanos” fue otorgada a familias estadounidenses, sin el permiso o conocimiento de los padres biológicos. Esos niños cambiaron de brazos sin escogerlo, forzados por un sistema obsoleto de inmigración que se empecina en castigar a los más débiles del eslabón.

Ese es el ejemplo que el presidente Trump quiere ponerles a los que intentan cruzar la frontera por la vía ilegal escudándose en sus hijos: La perversa separación familiar, a veces irreversible y siempre dolorosa. Esa es la advertencia que les lanza a los padres que vienen con sus niños en esta caravana. Así es como el Ejecutivo intenta disuadir a los migrantes de que atraviesen México en busca de la que él mismo llama “Tierra de las Oportunidades”. De esa manera les promete a los legisladores, a las agencias, a los diferentes niveles de Gobierno y al mismo pueblo estadounidense que frenará la inmigración ilegal, a costa de las familias.

A pesar de esto siguen cruzando, porque la necesidad es más grande que el miedo. Hay una mínima esperanza, pero la hay… en sus pueblos ni eso tenían.

Guatemala, Honduras, El Salvador y México son testigos -o cómplices- de un éxodo masivo, sabiendo que los suyos se toparán con un muro más fuerte que el cerco divisorio: La burocracia. Dejan que los migrantes pasen, porque no quieren detenerlos; no les conviene. Pedirles que se quedaran sería como prometerles que cambiarían sus Gobiernos y no se puede, están demasiados corroídos por la corrupción. Ofrecerles algo sería evidenciar un cambio necesario que poco les conviene. Por eso se hacen de la vista gorda. Por eso usan la defensa de los humanos como un estandarte, aunque todos sabemos que se burlan de ellos. Así que les permitirán el paso, porque tampoco ellos los quieren. Pero los que se van, lo hacen con la esperanza de que si llegan al Norte se podría acabar ese limbo de pertenencia en el que han vivido desde el primer pensamiento que tuvieron de huir del que era su hogar.


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