/ viernes 16 de octubre de 2020

¡Por señal una cruz!

Hernando de Alarcón sale en mayo 9 de 1540 desde Acapulco, navegando sobre mar del Sur, llega a mitad de agosto al Río Colorado buscando a Francisco Vázquez de Coronado, quien conducía frente a expedicionario terrestre, viniendo a conquistar las ciudades del Cíbola y Gran Quivira.

Desembarca 15 kilómetros del desemboque -brazo del río- acampando en baldío llamándole Campo de la Cruz, pie a paredones de Santa Clara, levantando sobre ellos oratorio a la Virgen de la Buena Guía, devoción del virrey; deja ahí sus naves; luego con 22 marineros navega sobre dos bajeles -el 22 de agosto- contracorriente, buscando indígenas le informen de Coronado.

Ascendió 35 kilómetros el primer día; el viernes 23 de agosto sucede el primer encuentro español-cucapah. Éstos al verlos, con señas en estruendosa gritería, “los corrieron”, ocultando sus mujeres y niños en un bosquecillo, con ademanes amenazadores indicaron que no avanzaran, marcando línea con palos clavados entre el agua y la tierra, advierten no traspasar -“so pena”- de atacarlos.

Con señas, Alarcón les ofreció regalos, arrojó y pisó sus propias armas haciendo que ellos también arrojaran las suyas, transformando actitud guerrera en manifestaciones pacíficas. Inesperadamente, uno de los naturales brincó al río llevando unas conchas sobre largo bastón. Alarcón le dijo que se acercara, lo abrazó dándole a cambio unas cuentas, así inició el “trueque”, intercambió objetos brillantes por pan de mezquite e intensificando diálogo con señas logra confianza.

Tanta confianza, hasta un español quedó algunos días alojado en ranchos Cucapah, mientras durante 15 días Alarcón ascendió 85 leguas del río; mejorando la comunicación, consideró que ya le entendían y él comprendía las señas indígenas, pensó enseñarles el signo de la cruz como cristianismo, para ello hizo cruces de baqueta y papel regalándoles a los indios como cosa muy valiosa, las besaba indicando debían honrarla, llevándola al cuello.

Pidió a un grupo traer un madero e hizo una gran cruz, ordenando a todos adorarla, suplicando al Señor esa gente viniese a la fe católica. Les enseñó a persignarse, quedando como señal de hermanos; hincarse frente a ella saliendo el sol, les libraría del mal. Los indios colocaron la cruz al centro de su ranchería.

Mientras una comitiva fue al Norte de 32 a dejar la señal visible, convenida con Vázquez de Coronado, enterarle estuvo esperándole con pertrechos. Alarcón regresa a la Nueva España, donde le califican desleal por enviar informe directamente al rey español y no a través del virrey; perdió gracia en la corte; es enjuiciado por predicar sin autorización; enfermó muriendo en Cuernavaca.


Hernando de Alarcón sale en mayo 9 de 1540 desde Acapulco, navegando sobre mar del Sur, llega a mitad de agosto al Río Colorado buscando a Francisco Vázquez de Coronado, quien conducía frente a expedicionario terrestre, viniendo a conquistar las ciudades del Cíbola y Gran Quivira.

Desembarca 15 kilómetros del desemboque -brazo del río- acampando en baldío llamándole Campo de la Cruz, pie a paredones de Santa Clara, levantando sobre ellos oratorio a la Virgen de la Buena Guía, devoción del virrey; deja ahí sus naves; luego con 22 marineros navega sobre dos bajeles -el 22 de agosto- contracorriente, buscando indígenas le informen de Coronado.

Ascendió 35 kilómetros el primer día; el viernes 23 de agosto sucede el primer encuentro español-cucapah. Éstos al verlos, con señas en estruendosa gritería, “los corrieron”, ocultando sus mujeres y niños en un bosquecillo, con ademanes amenazadores indicaron que no avanzaran, marcando línea con palos clavados entre el agua y la tierra, advierten no traspasar -“so pena”- de atacarlos.

Con señas, Alarcón les ofreció regalos, arrojó y pisó sus propias armas haciendo que ellos también arrojaran las suyas, transformando actitud guerrera en manifestaciones pacíficas. Inesperadamente, uno de los naturales brincó al río llevando unas conchas sobre largo bastón. Alarcón le dijo que se acercara, lo abrazó dándole a cambio unas cuentas, así inició el “trueque”, intercambió objetos brillantes por pan de mezquite e intensificando diálogo con señas logra confianza.

Tanta confianza, hasta un español quedó algunos días alojado en ranchos Cucapah, mientras durante 15 días Alarcón ascendió 85 leguas del río; mejorando la comunicación, consideró que ya le entendían y él comprendía las señas indígenas, pensó enseñarles el signo de la cruz como cristianismo, para ello hizo cruces de baqueta y papel regalándoles a los indios como cosa muy valiosa, las besaba indicando debían honrarla, llevándola al cuello.

Pidió a un grupo traer un madero e hizo una gran cruz, ordenando a todos adorarla, suplicando al Señor esa gente viniese a la fe católica. Les enseñó a persignarse, quedando como señal de hermanos; hincarse frente a ella saliendo el sol, les libraría del mal. Los indios colocaron la cruz al centro de su ranchería.

Mientras una comitiva fue al Norte de 32 a dejar la señal visible, convenida con Vázquez de Coronado, enterarle estuvo esperándole con pertrechos. Alarcón regresa a la Nueva España, donde le califican desleal por enviar informe directamente al rey español y no a través del virrey; perdió gracia en la corte; es enjuiciado por predicar sin autorización; enfermó muriendo en Cuernavaca.