/ miércoles 8 de mayo de 2024

Cruzando lineas | Mamá: El arte de soltar cuando no se quiere hacerlo

¿Cómo hace tu dinosaurio, Matías?

Grrrrrrrrr y más grrrr.

Suelto la carcajada mientras se me derrite el corazón al escuchar esa vocecita que hace cuatro años contaba cuentos para todos los niños del mundo durante la pandemia en Facebook. Benditos recuerdos.

Apaga eso, mamá.

Ahora ese pequeñín que se disfrazaba de Pinocho, uno de los tres cerditos y diferentes superhéroes se apena al verse en la pantalla de mi ordenador. A sus casi 10 años tiene el cabello largo y ya no usa lentes de plástico, los huecos chimuelos se le llenaron con unos dientes gigantes que serán difíciles de enderezar y prefiere los videojuegos a los carritos que antes llenaban la sala.

Mika, ¿qué nos leerás tú hoy?

¡Nada!

Esta niña sigue igual de traviesa y rebelde. Mucho en su vida es cuando ella quiere. En ese entonces leía hasta el final de la transmisión, en voz muy bajita, solo los libros que se le apetecían esa mañana. Hoy sigue igual. Su cabello ha crecido aún más y sus cachetes se han rellenado de gozadera. Me llega más arriba del cuello y usamos la misma talla de camiseta, está como a una o dos pulgadas de robarme los tacones y hay días que la pillo probándose mi maquillaje. Es tosca y amorosa y por eso me fascina.

¡Cómo han crecido y qué suerte tengo de que lo hagan conmigo!

No es ningún secreto que viajo muchísimo, pero entre más tiempo paso en casa, más difícil se me hace separarme de ellos. Me gustan, me miman, me retan, me sacan de mis casillas y me enamoran. Son tan intensos e independientes como yo… pero, irónicamente, me pesa mucho que me necesiten cada día menos. ¿No es ese el propósito de la maternidad? Entonces ¿por qué me gana la nostalgia cada vez que ellos pueden hacerlo todo solos? ¿Quién me explica este vacío que se me forma cada vez que me abrazan más apurados y rehúyen a mis empalagosas caricias públicas? No, no estoy lista para que se me escurran de las manos.

Cuando nacieron describí la maternidad como la acción y efecto de tener miedo; hoy lo que más me aterra es que no nos alcance el tiempo y que no sea suficiente para llenarles de amor y cobijarles la infancia, que les llegue demasiado pronto la adolescencia y que en un parpadeo se vayan a la universidad. Me incomoda la idea de saber quién soy sin ellos. Ahí está, lo dije en voz alta. La versión que más me gusta de mí es la que descubro cuando estamos juntos, entrepernados, muertos de la risa con las cosquillas o enfurruñados por el hambre.

Ser mamá es de lo más lindo de mi vida y no tomo por sentada la fortuna de saber que los cargué en el vientre y los tengo en brazos; no olvido la magia que es saberlos míos, aunque en el fondo yo soy más suya que nada. ¡Feliz Día de las Madres!

¿Cómo hace tu dinosaurio, Matías?

Grrrrrrrrr y más grrrr.

Suelto la carcajada mientras se me derrite el corazón al escuchar esa vocecita que hace cuatro años contaba cuentos para todos los niños del mundo durante la pandemia en Facebook. Benditos recuerdos.

Apaga eso, mamá.

Ahora ese pequeñín que se disfrazaba de Pinocho, uno de los tres cerditos y diferentes superhéroes se apena al verse en la pantalla de mi ordenador. A sus casi 10 años tiene el cabello largo y ya no usa lentes de plástico, los huecos chimuelos se le llenaron con unos dientes gigantes que serán difíciles de enderezar y prefiere los videojuegos a los carritos que antes llenaban la sala.

Mika, ¿qué nos leerás tú hoy?

¡Nada!

Esta niña sigue igual de traviesa y rebelde. Mucho en su vida es cuando ella quiere. En ese entonces leía hasta el final de la transmisión, en voz muy bajita, solo los libros que se le apetecían esa mañana. Hoy sigue igual. Su cabello ha crecido aún más y sus cachetes se han rellenado de gozadera. Me llega más arriba del cuello y usamos la misma talla de camiseta, está como a una o dos pulgadas de robarme los tacones y hay días que la pillo probándose mi maquillaje. Es tosca y amorosa y por eso me fascina.

¡Cómo han crecido y qué suerte tengo de que lo hagan conmigo!

No es ningún secreto que viajo muchísimo, pero entre más tiempo paso en casa, más difícil se me hace separarme de ellos. Me gustan, me miman, me retan, me sacan de mis casillas y me enamoran. Son tan intensos e independientes como yo… pero, irónicamente, me pesa mucho que me necesiten cada día menos. ¿No es ese el propósito de la maternidad? Entonces ¿por qué me gana la nostalgia cada vez que ellos pueden hacerlo todo solos? ¿Quién me explica este vacío que se me forma cada vez que me abrazan más apurados y rehúyen a mis empalagosas caricias públicas? No, no estoy lista para que se me escurran de las manos.

Cuando nacieron describí la maternidad como la acción y efecto de tener miedo; hoy lo que más me aterra es que no nos alcance el tiempo y que no sea suficiente para llenarles de amor y cobijarles la infancia, que les llegue demasiado pronto la adolescencia y que en un parpadeo se vayan a la universidad. Me incomoda la idea de saber quién soy sin ellos. Ahí está, lo dije en voz alta. La versión que más me gusta de mí es la que descubro cuando estamos juntos, entrepernados, muertos de la risa con las cosquillas o enfurruñados por el hambre.

Ser mamá es de lo más lindo de mi vida y no tomo por sentada la fortuna de saber que los cargué en el vientre y los tengo en brazos; no olvido la magia que es saberlos míos, aunque en el fondo yo soy más suya que nada. ¡Feliz Día de las Madres!