/ viernes 18 de octubre de 2019

Amat Cucapah

Héroe ignorado por la historia

Entre las montañas de la Sierra Madre Occidental crece el Pueblo de Maycoba entre fértil área agrícola y ricas vetas minerales con metales preciosos, es región que vivió bajo el azote de la apachería, aún en albores de 1900.

_ “¡Mamá… mamáaaaa!”.

_ “¿Qué hijo?”.

_ “¡Los apaschessss!”.

_ “¡Sí hijo, los apaches!”.

Celsa Monje, mamá del “Cuate Pascual”, admiraba lo rápido que aprendió a hablar su hijo, quien cumpliría 2 años, nacido aquí en Maycoba; era único sobreviviente de sus gemelos con Francisco Jacobo, quien desde niño trabaja en la Mina de la Trinidad; cuando se le declaró novio, fue el primer día recibiendo, sobre la palma de su mano derecha, el primer granito de oro regalado por Francisco, con un acariciante beso sobre el puño.

Francisco -al anochecer- regresaba para descansar dos días en casa, cada viernes traía el mismo regalo; igual depositaba, en la mano extendida de Celsa, un brillante granito dorado, sellado por un beso; granitos que oculta en la cabecera hueca de la campana que cuelga en la ermita.

_ “¡Mamá... mamáaaaaa!”.

_ “¿Qué hijo?”.

_ “¡Los apaschessss!”.

_ “¿Quién te dijo eso, hijo?”.

_ “Los culebras”.

Era repetida ocurrencia dicha hoy por Pascual, escuchada por Celsa y la abuela Refugio, a quienes acudía insistente, mientras “escardaban” la milpa arrancándole malezas al “ecuaro”, cultivado por el abuelo Cipriano Jacobo, asegurando la cosecha de maíz para todo el año.

_“Oiga suegro, ¿ya oyó lo que anda diciendo Pascual?”.

_“¡¿Apaches?!”, replicó el abuelo. “¡Sí! Varias veces ha dicho; es ocurrencia a su cabecita; dice que le dijeron las culebras, pero vallamos a comer, descansemos para continuar trabajando”.

Caminan a su jacal junto al cultivo, paredes construidas con troncos, estructura-horcón, techado con zacate entreverando ramas. Éste es todo su hogar: Cocina, recámara, sala, comedor, talleres para costura y fragua de herrería, en igual composición es la docena de jacales en este rancho llamado “Maycoba: Lugar donde comió la culebra”; tres veintenas fueron sus habitantes en 1862, repegados a la sierra, son Yécora y El Cascajo los pueblos más cercanos.

Aquel mediodía las mujeres atizan el fogón cocinando frijoles y papas, mientras el abuelo acarrea agua en tarros desde el río al lomo de cuatro burros, cuando al abrir la puerta el “Cuate Pascual” le suelta su cantaleta: “¡Tata, l’s apaschessss!”.

E inquisitivamente, con mirada fija, muy serio el abuelo cuestiona a Pascual: “¡¿Los apaches, mi‘jo???!!!, ¿quién te dijo?”.

_ “Las culebras”, respondió Pascual.

_ “¡¿Sabes qué vieja?”, dijo el abuelo, “¡vámonos!, ¡vámonos vieja! ¡Envuelvan la comida en bastimento y vámonos! ¡Vámonos a la Trinidad! Allá están todos nuestros hombres. Carguemos alimentos y cobijas al “Burro Canelo”. Tú Celsa abraza a Pascual y móntate en un burro, tu suegra Refugio y yo nos montaremos cada uno en los otros dos burros ensillados”.

Pues en un instante estuvieron trepando las lomas de Maycoba, enfilando los burros entre el vecindario, con escándalo ensordecedor por ladradera de perros.

_ “¡Adiós…! ¡Adiós! ¿A dónde van?”, pregunta la comadre Teresa Duarte.

Es el “Cuate Pascual” primero en responder, “¡los apaschessss!”, Celsa clarifica repitiendo la expresión de Pascual, “…Dice que los apaches, pero vamos a la Mina de la Trinidad”.

_ “¿Quéee? ¿Apaches? ¿Apaches?”, aterrada, a grito abierto, repite la comadre Duarte: “¡Apaches! ¡Apaches! ¡Apaches!”, así en resonante eco retumbó estridente: “¡Apaches!”, multiplicando en altavoz el vecindario con actitud intimidante, creando pavor.

Aunque apuraron trote en paso a los burros, los vecinos de Maycoba alcanzaron a la familia Jacobo Monje, engrosando el contingente con andar llenos de pánico. Todo el recorrido fue bajo luz del sol, recibiendo -rayando el anochecer- con júbilo a todo Maycoba en la Mina de la Trinidad.

Fueron colocados carabineros apostados en alerta, por si hubiese algún ataque, pero todo mundo muerto de cansancio roncó sereno en patios del mineral; al despejarse la aurora, el horario industrial continuó inalterable, los Jacobo Monje subieron al Cerro del Pima para divisar al Rancho Maycoba, solo vieron humaredas saliendo de entre sus jacales y oyeron sonar a responso luctuoso el tañir de la campana.

Gracias Raúl y Rafael López Jacobo, cronista de Yécora.

E-mail: federicoiglesias50@gmail.com

Héroe ignorado por la historia

Entre las montañas de la Sierra Madre Occidental crece el Pueblo de Maycoba entre fértil área agrícola y ricas vetas minerales con metales preciosos, es región que vivió bajo el azote de la apachería, aún en albores de 1900.

_ “¡Mamá… mamáaaaa!”.

_ “¿Qué hijo?”.

_ “¡Los apaschessss!”.

_ “¡Sí hijo, los apaches!”.

Celsa Monje, mamá del “Cuate Pascual”, admiraba lo rápido que aprendió a hablar su hijo, quien cumpliría 2 años, nacido aquí en Maycoba; era único sobreviviente de sus gemelos con Francisco Jacobo, quien desde niño trabaja en la Mina de la Trinidad; cuando se le declaró novio, fue el primer día recibiendo, sobre la palma de su mano derecha, el primer granito de oro regalado por Francisco, con un acariciante beso sobre el puño.

Francisco -al anochecer- regresaba para descansar dos días en casa, cada viernes traía el mismo regalo; igual depositaba, en la mano extendida de Celsa, un brillante granito dorado, sellado por un beso; granitos que oculta en la cabecera hueca de la campana que cuelga en la ermita.

_ “¡Mamá... mamáaaaaa!”.

_ “¿Qué hijo?”.

_ “¡Los apaschessss!”.

_ “¿Quién te dijo eso, hijo?”.

_ “Los culebras”.

Era repetida ocurrencia dicha hoy por Pascual, escuchada por Celsa y la abuela Refugio, a quienes acudía insistente, mientras “escardaban” la milpa arrancándole malezas al “ecuaro”, cultivado por el abuelo Cipriano Jacobo, asegurando la cosecha de maíz para todo el año.

_“Oiga suegro, ¿ya oyó lo que anda diciendo Pascual?”.

_“¡¿Apaches?!”, replicó el abuelo. “¡Sí! Varias veces ha dicho; es ocurrencia a su cabecita; dice que le dijeron las culebras, pero vallamos a comer, descansemos para continuar trabajando”.

Caminan a su jacal junto al cultivo, paredes construidas con troncos, estructura-horcón, techado con zacate entreverando ramas. Éste es todo su hogar: Cocina, recámara, sala, comedor, talleres para costura y fragua de herrería, en igual composición es la docena de jacales en este rancho llamado “Maycoba: Lugar donde comió la culebra”; tres veintenas fueron sus habitantes en 1862, repegados a la sierra, son Yécora y El Cascajo los pueblos más cercanos.

Aquel mediodía las mujeres atizan el fogón cocinando frijoles y papas, mientras el abuelo acarrea agua en tarros desde el río al lomo de cuatro burros, cuando al abrir la puerta el “Cuate Pascual” le suelta su cantaleta: “¡Tata, l’s apaschessss!”.

E inquisitivamente, con mirada fija, muy serio el abuelo cuestiona a Pascual: “¡¿Los apaches, mi‘jo???!!!, ¿quién te dijo?”.

_ “Las culebras”, respondió Pascual.

_ “¡¿Sabes qué vieja?”, dijo el abuelo, “¡vámonos!, ¡vámonos vieja! ¡Envuelvan la comida en bastimento y vámonos! ¡Vámonos a la Trinidad! Allá están todos nuestros hombres. Carguemos alimentos y cobijas al “Burro Canelo”. Tú Celsa abraza a Pascual y móntate en un burro, tu suegra Refugio y yo nos montaremos cada uno en los otros dos burros ensillados”.

Pues en un instante estuvieron trepando las lomas de Maycoba, enfilando los burros entre el vecindario, con escándalo ensordecedor por ladradera de perros.

_ “¡Adiós…! ¡Adiós! ¿A dónde van?”, pregunta la comadre Teresa Duarte.

Es el “Cuate Pascual” primero en responder, “¡los apaschessss!”, Celsa clarifica repitiendo la expresión de Pascual, “…Dice que los apaches, pero vamos a la Mina de la Trinidad”.

_ “¿Quéee? ¿Apaches? ¿Apaches?”, aterrada, a grito abierto, repite la comadre Duarte: “¡Apaches! ¡Apaches! ¡Apaches!”, así en resonante eco retumbó estridente: “¡Apaches!”, multiplicando en altavoz el vecindario con actitud intimidante, creando pavor.

Aunque apuraron trote en paso a los burros, los vecinos de Maycoba alcanzaron a la familia Jacobo Monje, engrosando el contingente con andar llenos de pánico. Todo el recorrido fue bajo luz del sol, recibiendo -rayando el anochecer- con júbilo a todo Maycoba en la Mina de la Trinidad.

Fueron colocados carabineros apostados en alerta, por si hubiese algún ataque, pero todo mundo muerto de cansancio roncó sereno en patios del mineral; al despejarse la aurora, el horario industrial continuó inalterable, los Jacobo Monje subieron al Cerro del Pima para divisar al Rancho Maycoba, solo vieron humaredas saliendo de entre sus jacales y oyeron sonar a responso luctuoso el tañir de la campana.

Gracias Raúl y Rafael López Jacobo, cronista de Yécora.

E-mail: federicoiglesias50@gmail.com