/ jueves 20 de octubre de 2022

Las cuatro décadas

Esta semana cumplo 40. Sí, 4-0. Empiezo a pensar en esas cosas que creía de adultos: el ahorro para el retiro, testamentos, fideicomisos, seguros médicos y un fondo para la universidad de mis hijos. No sé si es la inflación o la edad, pero me descubro quejándome en voz alta de lo caro que está todo y me he pillado diciendo “en mis tiempos”, siendo que estos también son míos. Estoy, como dicen en mi México, dando el “doñazo”.

Llego a esta cuarta década consciente de los muchos dolores que cargo, de los que a veces vocifero, pero casi siempre me callo. Me reciben los 40 con las hernias en mi espalda y los accidentes en mi historia, con las entradas y salidas constantes al quirófano, con los brazos acalambrados y los dedos entumecidos y un martillo en la cabeza.

Me descubren consciente de que el tiempo no pasa en vano; que mi piel ha perdido firmeza y se me notan más las ojeras; tengo surcos en la frente y en los ojos: me preocupo mucho, pero me río un montón más. Ahora me canso y se me agota la paciencia, me desespero y quizá ya no pongo tanto esmero en cómo me veo. Se me empolvan los tacones y los collares. Pero me veo en el espejo y ahí estoy yo: Así, usada y descompuesta, pero feliz.

Llego consciente de mis sombras, que no son pocas; pero plena también con mi obscuridad.

He vivido mucho y siento que me falta más. Me emociona mi futuro, ese que imagino como si tuviera la vida comprada. Me ilusionan todas las ideas que se gestan y las que alumbro en mi mente y me enmarañan el cerebro; me alborotan los sentimientos que me acalambran el corazón; me inspiran los momentos que me dejan sin aliento por los recuerdos o las ganas; me fascina pensar que todavía me queda mucho por conocer más allá.

Pero no solo me emociona el futuro. Confieso que me encanta mi presente.

Me gusta dónde estoy y quiénes están conmigo. Me gustan mis sombras, mis demonios, mis contrastes y mis muchísimos defectos. Me gusta quien fui, quien soy y en quien me estoy convirtiendo con ayuda del tiempo. Me gusta mi gente, mi vida, mis pasiones… a los 40, me gusto yo.

No es arrogancia; es conciencia y me gustaría llamarlo plenitud.

Nada en mi vida es perfecto… ¡nada!

Tengo y vivo la vida que nunca soñé. Soy el cúmulo de todo aquello que yo pensaba que quería y no se cumplió; soy el cementerio de mis caprichos y la tierra fértil de algo parecido al destino o la casualidad.

Soy obstinada, irremediablemente positiva, adicta al trabajo, amorosa hasta el empalago, ansiosa y perfeccionista, graciosa, obsesionada con el orden y a veces los silencios, creativa e imparable. Y no es novedad, pero lo admitiré en voz alta: soy conquistadora de metas, pero temerosa de los fracasos y el rechazo. Sí, me he tenido que arrodillar muchas veces ante mí misma y dejar que se me raspen las rodillas y el ego.

Y es así como llego a los 40 amando con una profundidad que solo se conoce cuando se ha tocado fondo, cuando la vida te ha obligado a sacudidas a despertar a realidades lejanas al confort y cuando se conoce lo que verdaderamente está en el corazón.

Hoy a mis 40 me sacudo la culpa y ya no me da la gana justificar mis éxitos. El privilegio de la edad. ¿Por qué condenamos tanto las victorias y celebramos demasiado los fracasos? Somos los hijos de los contrastes, la fotografía hecha con sombras, somos también luz. Y hoy también no solo me doy permiso, sino que me festejo el brillar, por las tantas rendijas que me ha dado la vida, por los muchos años que espero me —nos— falten para agradecer tanto

Esta semana cumplo 40. Sí, 4-0. Empiezo a pensar en esas cosas que creía de adultos: el ahorro para el retiro, testamentos, fideicomisos, seguros médicos y un fondo para la universidad de mis hijos. No sé si es la inflación o la edad, pero me descubro quejándome en voz alta de lo caro que está todo y me he pillado diciendo “en mis tiempos”, siendo que estos también son míos. Estoy, como dicen en mi México, dando el “doñazo”.

Llego a esta cuarta década consciente de los muchos dolores que cargo, de los que a veces vocifero, pero casi siempre me callo. Me reciben los 40 con las hernias en mi espalda y los accidentes en mi historia, con las entradas y salidas constantes al quirófano, con los brazos acalambrados y los dedos entumecidos y un martillo en la cabeza.

Me descubren consciente de que el tiempo no pasa en vano; que mi piel ha perdido firmeza y se me notan más las ojeras; tengo surcos en la frente y en los ojos: me preocupo mucho, pero me río un montón más. Ahora me canso y se me agota la paciencia, me desespero y quizá ya no pongo tanto esmero en cómo me veo. Se me empolvan los tacones y los collares. Pero me veo en el espejo y ahí estoy yo: Así, usada y descompuesta, pero feliz.

Llego consciente de mis sombras, que no son pocas; pero plena también con mi obscuridad.

He vivido mucho y siento que me falta más. Me emociona mi futuro, ese que imagino como si tuviera la vida comprada. Me ilusionan todas las ideas que se gestan y las que alumbro en mi mente y me enmarañan el cerebro; me alborotan los sentimientos que me acalambran el corazón; me inspiran los momentos que me dejan sin aliento por los recuerdos o las ganas; me fascina pensar que todavía me queda mucho por conocer más allá.

Pero no solo me emociona el futuro. Confieso que me encanta mi presente.

Me gusta dónde estoy y quiénes están conmigo. Me gustan mis sombras, mis demonios, mis contrastes y mis muchísimos defectos. Me gusta quien fui, quien soy y en quien me estoy convirtiendo con ayuda del tiempo. Me gusta mi gente, mi vida, mis pasiones… a los 40, me gusto yo.

No es arrogancia; es conciencia y me gustaría llamarlo plenitud.

Nada en mi vida es perfecto… ¡nada!

Tengo y vivo la vida que nunca soñé. Soy el cúmulo de todo aquello que yo pensaba que quería y no se cumplió; soy el cementerio de mis caprichos y la tierra fértil de algo parecido al destino o la casualidad.

Soy obstinada, irremediablemente positiva, adicta al trabajo, amorosa hasta el empalago, ansiosa y perfeccionista, graciosa, obsesionada con el orden y a veces los silencios, creativa e imparable. Y no es novedad, pero lo admitiré en voz alta: soy conquistadora de metas, pero temerosa de los fracasos y el rechazo. Sí, me he tenido que arrodillar muchas veces ante mí misma y dejar que se me raspen las rodillas y el ego.

Y es así como llego a los 40 amando con una profundidad que solo se conoce cuando se ha tocado fondo, cuando la vida te ha obligado a sacudidas a despertar a realidades lejanas al confort y cuando se conoce lo que verdaderamente está en el corazón.

Hoy a mis 40 me sacudo la culpa y ya no me da la gana justificar mis éxitos. El privilegio de la edad. ¿Por qué condenamos tanto las victorias y celebramos demasiado los fracasos? Somos los hijos de los contrastes, la fotografía hecha con sombras, somos también luz. Y hoy también no solo me doy permiso, sino que me festejo el brillar, por las tantas rendijas que me ha dado la vida, por los muchos años que espero me —nos— falten para agradecer tanto