/ martes 29 de octubre de 2019

Contrasentido

La muerte y su cultura.


Estas fechas son las propicias para reflexionar sobre la muerte. El jolgorio de los mexicanos no tiene límites, hasta del fin de un ciclo somos capaces de armar un gran festín. Y eso lo vemos en estos días que son prácticamente de fiesta nacional por la celebración a nuestros muertos. Conmemoración que se niega a morir ante los embates de las costumbres de nuestros vecinos del norte y sus espectaculares tradiciones.

Los mexicanos desde las épocas anteriores a la conquista española y a la imposición del cristianismo ya tenían una cultura muy arraigada con relación a la muerte. Jóvenes doncellas eran sacrificadas como una ofrenda a los dioses para aliviar lo males de aquellos tiempos. Incluso, para nuestros ancestros la muerte era necesaria para la renovación de los pueblos y de sus dioses, así que desde entonces se trataba de eliminar el miedo a la muerte para verlo más como una celebración.

Los panteones son el escenario cotidiano para el llanto y dolor por despedir a un ser querido. La anterior escena es el derrotero de los sepultureros. Sin embargo, dos días al año los mexicanos cambiamos el grisáceo espacio por coloridas alfombras de flores de cempasúchil; el llanto y lágrimas de tristeza son las cuerdas vocales que afinan hermosas melodías e himnos a la alegría; ese día los mercaderes de la muerte o zopilotes de las funerarias les dan paso a los vendedores que, igual de aprovechados, tratan de hacer su agosto en noviembre; la pobreza material es ausencia, porque se trata de consentir con los alimentos preferidos al difunto.

Así somos los mexicanos, en muchos sentidos totalmente incongruentes. Necesitamos de una tragedia como es la muerte para decir y demostrar lo que sentíamos por esa persona. En vida somos la ausencia, pero en la muerte queremos la presencia. No somos ingenuos, ni mucho menos malas personas, solo que traemos una carga cultural muy importante y, por ello, somos un constructor de nuestra historia como pueblo. Y a final de cuentas es importante conservar esas tradiciones para translimitarlas a las nuevas generaciones que andan un poquito extraviadas, tal vez esto les ayude a construir su identidad y nacionalismo.

Entonces, la muerte es el lugar común de todos los mexicanos, un espacio colectivo en donde todos vamos a terminar, pero al que nadie quiere llegar todavía. Sí es cierto, somos tan jacarandosos que hasta nos burlamos de la muerte, siempre y cuando no sea en los míos, porque cuando nos toca tenemos que apechugar la tristeza de perder un ser querido. E ilusamente pensamos que con la muerte se acaba todo, pero inicia un proceso de afrontar la avaricia y codicia de los mercaderes del eterno descanso, quienes se aprovechan para sacar la mayor tajada económica que puedan, además de que se vienen una serie de engorrosos trámites administrativos.

La muerte es un misterio lleno de teorías, mitos y leyendas. Por mucho que avance la ciencia nunca podremos saber que hay más allá de la muerte, así que cada uno deberá de pensar lo que guste. Pero, por lo pronto, se vale divertirnos unos días al año, aunque la muerte sea el motivo.

La muerte y su cultura.


Estas fechas son las propicias para reflexionar sobre la muerte. El jolgorio de los mexicanos no tiene límites, hasta del fin de un ciclo somos capaces de armar un gran festín. Y eso lo vemos en estos días que son prácticamente de fiesta nacional por la celebración a nuestros muertos. Conmemoración que se niega a morir ante los embates de las costumbres de nuestros vecinos del norte y sus espectaculares tradiciones.

Los mexicanos desde las épocas anteriores a la conquista española y a la imposición del cristianismo ya tenían una cultura muy arraigada con relación a la muerte. Jóvenes doncellas eran sacrificadas como una ofrenda a los dioses para aliviar lo males de aquellos tiempos. Incluso, para nuestros ancestros la muerte era necesaria para la renovación de los pueblos y de sus dioses, así que desde entonces se trataba de eliminar el miedo a la muerte para verlo más como una celebración.

Los panteones son el escenario cotidiano para el llanto y dolor por despedir a un ser querido. La anterior escena es el derrotero de los sepultureros. Sin embargo, dos días al año los mexicanos cambiamos el grisáceo espacio por coloridas alfombras de flores de cempasúchil; el llanto y lágrimas de tristeza son las cuerdas vocales que afinan hermosas melodías e himnos a la alegría; ese día los mercaderes de la muerte o zopilotes de las funerarias les dan paso a los vendedores que, igual de aprovechados, tratan de hacer su agosto en noviembre; la pobreza material es ausencia, porque se trata de consentir con los alimentos preferidos al difunto.

Así somos los mexicanos, en muchos sentidos totalmente incongruentes. Necesitamos de una tragedia como es la muerte para decir y demostrar lo que sentíamos por esa persona. En vida somos la ausencia, pero en la muerte queremos la presencia. No somos ingenuos, ni mucho menos malas personas, solo que traemos una carga cultural muy importante y, por ello, somos un constructor de nuestra historia como pueblo. Y a final de cuentas es importante conservar esas tradiciones para translimitarlas a las nuevas generaciones que andan un poquito extraviadas, tal vez esto les ayude a construir su identidad y nacionalismo.

Entonces, la muerte es el lugar común de todos los mexicanos, un espacio colectivo en donde todos vamos a terminar, pero al que nadie quiere llegar todavía. Sí es cierto, somos tan jacarandosos que hasta nos burlamos de la muerte, siempre y cuando no sea en los míos, porque cuando nos toca tenemos que apechugar la tristeza de perder un ser querido. E ilusamente pensamos que con la muerte se acaba todo, pero inicia un proceso de afrontar la avaricia y codicia de los mercaderes del eterno descanso, quienes se aprovechan para sacar la mayor tajada económica que puedan, además de que se vienen una serie de engorrosos trámites administrativos.

La muerte es un misterio lleno de teorías, mitos y leyendas. Por mucho que avance la ciencia nunca podremos saber que hay más allá de la muerte, así que cada uno deberá de pensar lo que guste. Pero, por lo pronto, se vale divertirnos unos días al año, aunque la muerte sea el motivo.