/ viernes 30 de octubre de 2020

AMAT CUCAPAH

Caminante de la legua



Ir con velocidad sobre antiguos caminos ancestrales del indio, era mi trabajo. Transitar oquedades llevando viajeros, cartas y cargas a lejanos pueblos era igual en cualquier camino, mientras no tuviera enemigo a temer.

Este oficio de la legua amarraba mi lengua, según urgencia en la pata, prisa en entregar encomienda; para los yoris, todo comerciante, arriero o correo era “anchetero” y tenían razón, para tener beneficios “agarrábamos” varios encargos sobre ruta, hasta el “anda, corre, ve y dile”, sobre esto el secreto estaba en decir exactamente el recado, fueran buenas o malas noticias, así el “anchetero” no tenía responsabilidad.

Hubo “ancheteros” que sus correos fueron muy bien pagados, sobre todo de quienes trabajaron sirviendo a los jefes políticos, porque la carga sobre la recua de burros y mulas con la mercancía ocultaba “misión secreta”, con adecuado disfraz, hasta el olor había de ser “jediondo”; ni siquiera perfume “Siete Machos”.

En tiempos del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, 1872-76, hubo un correo al que se le contrató para traer un mensaje escrito sobre documento, trasladándolo por tierra desde la Ciudad de México y llegar para recabar firmas a Ciudad Lerdo (fundada 17 de septiembre de 1874), situada sobre Mesa de Andrade (hoy 4 kilómetros Sur de Riíto, Sonora) y cruzar el río Colorado continuando al consulado de san Francisco , California, complementando con rúbricas de don Guillermo Andrade y socios de la Compañía Mexicana Agrícola Industrial y Colonizadora de los Terrenos del Colorado.

Al correo le prometieron pagar un peso oro por cada legua, pues después de haber ido y regresado con el documento, firmas plasmadas, contraseñas convenidas, trayendo sobre lacrado y sellado, empezó largo trámite para recibir sus honorarios, siendo finalmente estimados en 3 mil pesos, ya que en línea recta calculada la distancia desde San Francisco a la Ciudad de México, se determinó ser 3,042 kilómetros; aun así, retardado el pago inició litigio acordando remuneración por día de viaje; es como sabemos que aquel caminante recorrió dicha distancia en tiempo récord de 40 días, lo que aún no está claro, si finalmente recibió su salario.

En este Noroeste mexicano, los pimas y cocomaricopas vigilaban el paso, sobre malpaisales y tinajas del Pinacate permanecían alerta los pápagos; en costas del Mar de Cortés (“Vereda del Mesteño”), en las ardientes dunas con insolación segura, rondaban los areneros pinacateños Tohono O’ Othan en torno a su santuario, cráter de la Luna; con todos lidiaba el caminante de la legua.

Referencia: Libro Puerto Isabel

E-mail: federicoiglesias50@gmail.com

Caminante de la legua



Ir con velocidad sobre antiguos caminos ancestrales del indio, era mi trabajo. Transitar oquedades llevando viajeros, cartas y cargas a lejanos pueblos era igual en cualquier camino, mientras no tuviera enemigo a temer.

Este oficio de la legua amarraba mi lengua, según urgencia en la pata, prisa en entregar encomienda; para los yoris, todo comerciante, arriero o correo era “anchetero” y tenían razón, para tener beneficios “agarrábamos” varios encargos sobre ruta, hasta el “anda, corre, ve y dile”, sobre esto el secreto estaba en decir exactamente el recado, fueran buenas o malas noticias, así el “anchetero” no tenía responsabilidad.

Hubo “ancheteros” que sus correos fueron muy bien pagados, sobre todo de quienes trabajaron sirviendo a los jefes políticos, porque la carga sobre la recua de burros y mulas con la mercancía ocultaba “misión secreta”, con adecuado disfraz, hasta el olor había de ser “jediondo”; ni siquiera perfume “Siete Machos”.

En tiempos del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, 1872-76, hubo un correo al que se le contrató para traer un mensaje escrito sobre documento, trasladándolo por tierra desde la Ciudad de México y llegar para recabar firmas a Ciudad Lerdo (fundada 17 de septiembre de 1874), situada sobre Mesa de Andrade (hoy 4 kilómetros Sur de Riíto, Sonora) y cruzar el río Colorado continuando al consulado de san Francisco , California, complementando con rúbricas de don Guillermo Andrade y socios de la Compañía Mexicana Agrícola Industrial y Colonizadora de los Terrenos del Colorado.

Al correo le prometieron pagar un peso oro por cada legua, pues después de haber ido y regresado con el documento, firmas plasmadas, contraseñas convenidas, trayendo sobre lacrado y sellado, empezó largo trámite para recibir sus honorarios, siendo finalmente estimados en 3 mil pesos, ya que en línea recta calculada la distancia desde San Francisco a la Ciudad de México, se determinó ser 3,042 kilómetros; aun así, retardado el pago inició litigio acordando remuneración por día de viaje; es como sabemos que aquel caminante recorrió dicha distancia en tiempo récord de 40 días, lo que aún no está claro, si finalmente recibió su salario.

En este Noroeste mexicano, los pimas y cocomaricopas vigilaban el paso, sobre malpaisales y tinajas del Pinacate permanecían alerta los pápagos; en costas del Mar de Cortés (“Vereda del Mesteño”), en las ardientes dunas con insolación segura, rondaban los areneros pinacateños Tohono O’ Othan en torno a su santuario, cráter de la Luna; con todos lidiaba el caminante de la legua.

Referencia: Libro Puerto Isabel

E-mail: federicoiglesias50@gmail.com