En el antiguo testamento el mandamiento que establecía el orden moral y legal era el cumplimiento de la Ley con el ejercicio de la justicia, y la norma principal de la justicia era la ley del talión; “ojo por ojo y diente por diente” ocasionando con el tiempo un legalismo exagerado pero desprovisto de caridad y misericordia. La propuesta de Jesucristo no es amar a Dios o amarlo El, sino amar como el Ama. No se trata más de una ley sino de una consecuencia de la vida de Dios que se manifiesta en Jesús, es decir, un amor que responde a su amor Y que tiene que surgir desde lo más profundo del alma como si fuera un fruto natural que brota de la bondad de Dios.
El Apóstol Juan emplea la palabra “ágape” que expresa un amor sin mezcla de egoísmo, el Don más puro de sí mismo, es decir, no se trata de un ejercicio de caridad solamente sino desplegar una cualidad exclusiva de Dios. Hay que aclarar que Dios no se reduce a un ser que ama, sino que Dios es amor, el amor es su esencia no una cualidad como en nosotros. Por ejemplo yo puedo amar y dejar de amar y seguiré siendo Yo, pero si Dios dejara de amar tan solo un instante, dejaría de existir.
El amor no es sacrificio ni renuncia, sino elección gozosa, un amor que brota desde la alegría plena y permanente que parte del encuentro con la vida interior y que hace desaparecer todo el miedo para manifestarse en el amor cotidiano como lo describe San pablo a los corintios: el amor es paciente cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita agredir teniendo un sentido de profunda compasión que lleva aceptar al otro como parte de este mundo.
El amor es servicial; no desde una paciencia entendida como pasiva sino que está acompañada de actividad como dice san Ignacio de Loyola; “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. El amor no tiene envidia, en el amor no hay lugar para sentir malestar por el bien del otro, pues la envidia es una tristeza por el bien ajeno y el verdadero amor observa con la mirada de Dios.
El amor no se engrandece, no es arrogante y no se agranda ante los demás. El amor es amable, no actúa con rudeza ni es descortés sino una escuela de sensibilidad y desinterés, una mirada amable permite que no nos detengamos en los límites del otro para juzgar sino inclinarnos para levantar y fortalecerlo de sus limitaciones. El amor perdona, si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja y contamina nuestra forma de pensar y sentir, no podemos vivir siempre culpando y condenando con gravedad los errores del prójimo.
El amor hace nido en la alegría, pues se alegra en la verdad, se alegra con el bien del otro, cuando reconoce su dignidad valorando su capacidad y buenas obras. El amor confía, no se trata solo de no sospechar que el otro mienta o engañe, sino esa confianza de mirar la luz que se esconde en la oscuridad o la brasa que arde por debajo de las cenizas, es la confianza que hace posible una relación de libertad.
Solo por algo vale la pena vivir, solo por algo vale la pena morir, solo por algo vale la pena luchar, solo por algo se puede renunciar, sacrificar. Solo por amar y ser amado.