/ domingo 9 de junio de 2024

Fe y Razón | Atentar contra el espíritu

El hombre contemporáneo se está acostumbrando a vivir sin responder a la cuestión mas vital de su vida: porque y para que vivir, lo grave es que cuando la persona pierde todo contacto con su propia interioridad y misterio, la vida cae en la trivialidad y el sentimiento o mejor dicho un sentimentalismo irracional, sin fundamentos racionales, sin importar verdades teológicas, sino más bien reduciendo todo mi ser y quehacer a lo que me hace sentir algo emotivamente bonito.

Se vive entonces de impresiones en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando solo la apariencia de la vida y probablemente esta superficialidad de la vida es la raíz más importante de la incredulidad, parquedad o indiferencia de muchos. Cuando el ser humano vive sin interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas. Pero sobre todo se incapacita para escuchar el misterio que se encierra en lo más hondo de la existencia.

Existe una resistencia a la vida profunda, a la vida mística y silenciosa, a la vida modesta, sencilla, a la vida prudente, humilde y sensata. El hombre de hoy no está dispuesto a cuidar su vida interior, pero comienza a sentirse insatisfecho: intuye que necesita algo de la vida que cada día no le proporciona.

Son muchos los que sienten hoy indefensos ante los ataques que sufren desde fuera y ante el vacío que les invade desde dentro. Caminamos en una sociedad que tiene el poder sobre los individuos que terminan siendo sometidos y apartándose de lo esencial e impidiéndoles cultivar lo mejor de sí mismo, atrapados por lo inmediato de cada día, por la publicidad masiva y el afán consumista, por los modelos de vida y las modas dominantes que imponen su dictadura sobre las costumbres y las conciencias enmascarando su tiranía con sus promesas de bienestar.

Casi todo nos arrastra a vivir según un ideal: trabajar para ganar dinero, tener dinero para adquirir cosas, tener cosas con la falacia de vivir mejor. Pero para reaccionar ante esta situación, el ser humano necesita adentrarse en su propio misterio, escuchar su vocación más profunda, intuir la mentira de este estilo de vida y descubrir otros caminos para ser más humanos. El gran teólogo Paul Tillich dijo que solo el espíritu nos puede ayudar de nuevo a descubrir “el camino de lo profundo”. El espíritu puede despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en nosotros

El espíritu puede hacer brotar una alegría diferente en nuestro corazón, puede vivificar nuestra vida envejecida; puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por los que no sentimos hoy el menor interés. Porque el Espíritu es la fuerza que actúa en nosotros y que no es nuestra, es el mismo Dios inspirando y transformando nuestra vida. Como lo invoca el salmista “No apartes de mí tu Espíritu”.

El hombre contemporáneo se está acostumbrando a vivir sin responder a la cuestión mas vital de su vida: porque y para que vivir, lo grave es que cuando la persona pierde todo contacto con su propia interioridad y misterio, la vida cae en la trivialidad y el sentimiento o mejor dicho un sentimentalismo irracional, sin fundamentos racionales, sin importar verdades teológicas, sino más bien reduciendo todo mi ser y quehacer a lo que me hace sentir algo emotivamente bonito.

Se vive entonces de impresiones en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando solo la apariencia de la vida y probablemente esta superficialidad de la vida es la raíz más importante de la incredulidad, parquedad o indiferencia de muchos. Cuando el ser humano vive sin interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas. Pero sobre todo se incapacita para escuchar el misterio que se encierra en lo más hondo de la existencia.

Existe una resistencia a la vida profunda, a la vida mística y silenciosa, a la vida modesta, sencilla, a la vida prudente, humilde y sensata. El hombre de hoy no está dispuesto a cuidar su vida interior, pero comienza a sentirse insatisfecho: intuye que necesita algo de la vida que cada día no le proporciona.

Son muchos los que sienten hoy indefensos ante los ataques que sufren desde fuera y ante el vacío que les invade desde dentro. Caminamos en una sociedad que tiene el poder sobre los individuos que terminan siendo sometidos y apartándose de lo esencial e impidiéndoles cultivar lo mejor de sí mismo, atrapados por lo inmediato de cada día, por la publicidad masiva y el afán consumista, por los modelos de vida y las modas dominantes que imponen su dictadura sobre las costumbres y las conciencias enmascarando su tiranía con sus promesas de bienestar.

Casi todo nos arrastra a vivir según un ideal: trabajar para ganar dinero, tener dinero para adquirir cosas, tener cosas con la falacia de vivir mejor. Pero para reaccionar ante esta situación, el ser humano necesita adentrarse en su propio misterio, escuchar su vocación más profunda, intuir la mentira de este estilo de vida y descubrir otros caminos para ser más humanos. El gran teólogo Paul Tillich dijo que solo el espíritu nos puede ayudar de nuevo a descubrir “el camino de lo profundo”. El espíritu puede despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en nosotros

El espíritu puede hacer brotar una alegría diferente en nuestro corazón, puede vivificar nuestra vida envejecida; puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por los que no sentimos hoy el menor interés. Porque el Espíritu es la fuerza que actúa en nosotros y que no es nuestra, es el mismo Dios inspirando y transformando nuestra vida. Como lo invoca el salmista “No apartes de mí tu Espíritu”.