/ jueves 2 de mayo de 2024

Amat Cucapah | Hallazgo en el Pinacate

Don Cuco levantando ala frontal del sombrero- ventila su sexagenaria calva; parsimonioso retuerse el bigote, habla soltando cada palabra en lenta cascada; suspira lanzando bocanadas de humo, entrecerrando los ojos duda confiarme añejo secreto.

Mire, cuentos sobre tesoros enterrados son muchos mentira; pero aquí va una verdad, con pruebas sin decir más, grita _ !Vieja!!Trae el sable y casco que tengo! _. Agregó: perdí el lugar donde los hallé, pero hace dos años encontré el lugar olvidado y la olla dejada por Rafa.

Aquí está _ cumplió la señora. _ !¿Verdad que ahora si, vieja?! _!¿AahoOorAa siíí?! exclamó iluminado Don Cuco. Ella apretando sus labios, abrió enormes ojos, arqueando intrigantes sus cejas, masculló: sí. _!¿Y el casco?!. _. Repuso don Cuco, respondió la señora: _ lo prestaste a esas gentes del museo. Don Cuco aceptó: _¡Aaaah! Un tesoro estuvo al alcance de mi mano, este sable estaba junto con la olla, en una covacha derrumbada.

_ Sííí, pero la bulla de los trabajadores, me aturdieron y se me olvidó todo; de haber regresado a juntarlo, hoy viviríamos ricos_. Hizo pucheros tragando amargura. Continúa _Mi familia son “trabajadores camineros”; desde bebé pasamos con los papás, -toda la jornada junto a la cuadrilla- jugando en los cerros, regresábamos al campamento aquella época en “Los Vidrios.” Junto al Pinacate: el tiempo, distancia y rumbo volaba con magia juegando: saltábamos, subíamos, caíamos del grito al silencio. Rafa y yo éramos inseparables; una vez mientras Rafa levantó una olla amenazándome. Yo levanté chicoteándole ‘un guamazo’ con este sable, le marque los tres cortos látigos con los piñones coronados en su espalda, escurriéndole sangre.

Al alarido me arrepentí, Rafa lloró pataleando; supliqué perdón con distante recelo y arrojando el sable le reproché burlonamente _”!Yaaa, no pareces hombre”!. Me adueñé de la olla amenazante. ¡Sorpresa! Esa olla era un casco metálico con cubre boca móvil, también el sable eran como los usados por guerreros, en las “Cruzadas” durante la Edad Media.

_ !Mira! Son como los de antes_. Gritamos sorprendidos _!Es cierto, wey! _!¿En dónde estaban?! _ ¡Dón-de –tu- me-pe-gas-te!. Regresamos en zigzag corriendo al sitio; vimos ahí varios cascos, sables, monturas, lanzas bajo un esqueleto cubierto con piedritas resplandecientes, rodeándole trozos empolvados metálicos brillando como oro; pero desde la brecha nuestros papás, con la cuadrilla en atronadora gritería, pitando urgían treparnos al “troque” o nos dejaban. Estábamos hacia donde sale el Sol del “Puerto del Aguila”.

Don Cuco levantando ala frontal del sombrero- ventila su sexagenaria calva; parsimonioso retuerse el bigote, habla soltando cada palabra en lenta cascada; suspira lanzando bocanadas de humo, entrecerrando los ojos duda confiarme añejo secreto.

Mire, cuentos sobre tesoros enterrados son muchos mentira; pero aquí va una verdad, con pruebas sin decir más, grita _ !Vieja!!Trae el sable y casco que tengo! _. Agregó: perdí el lugar donde los hallé, pero hace dos años encontré el lugar olvidado y la olla dejada por Rafa.

Aquí está _ cumplió la señora. _ !¿Verdad que ahora si, vieja?! _!¿AahoOorAa siíí?! exclamó iluminado Don Cuco. Ella apretando sus labios, abrió enormes ojos, arqueando intrigantes sus cejas, masculló: sí. _!¿Y el casco?!. _. Repuso don Cuco, respondió la señora: _ lo prestaste a esas gentes del museo. Don Cuco aceptó: _¡Aaaah! Un tesoro estuvo al alcance de mi mano, este sable estaba junto con la olla, en una covacha derrumbada.

_ Sííí, pero la bulla de los trabajadores, me aturdieron y se me olvidó todo; de haber regresado a juntarlo, hoy viviríamos ricos_. Hizo pucheros tragando amargura. Continúa _Mi familia son “trabajadores camineros”; desde bebé pasamos con los papás, -toda la jornada junto a la cuadrilla- jugando en los cerros, regresábamos al campamento aquella época en “Los Vidrios.” Junto al Pinacate: el tiempo, distancia y rumbo volaba con magia juegando: saltábamos, subíamos, caíamos del grito al silencio. Rafa y yo éramos inseparables; una vez mientras Rafa levantó una olla amenazándome. Yo levanté chicoteándole ‘un guamazo’ con este sable, le marque los tres cortos látigos con los piñones coronados en su espalda, escurriéndole sangre.

Al alarido me arrepentí, Rafa lloró pataleando; supliqué perdón con distante recelo y arrojando el sable le reproché burlonamente _”!Yaaa, no pareces hombre”!. Me adueñé de la olla amenazante. ¡Sorpresa! Esa olla era un casco metálico con cubre boca móvil, también el sable eran como los usados por guerreros, en las “Cruzadas” durante la Edad Media.

_ !Mira! Son como los de antes_. Gritamos sorprendidos _!Es cierto, wey! _!¿En dónde estaban?! _ ¡Dón-de –tu- me-pe-gas-te!. Regresamos en zigzag corriendo al sitio; vimos ahí varios cascos, sables, monturas, lanzas bajo un esqueleto cubierto con piedritas resplandecientes, rodeándole trozos empolvados metálicos brillando como oro; pero desde la brecha nuestros papás, con la cuadrilla en atronadora gritería, pitando urgían treparnos al “troque” o nos dejaban. Estábamos hacia donde sale el Sol del “Puerto del Aguila”.