/ sábado 27 de noviembre de 2021

Poniendo los blanquillos en una canasta

Si algo ha caracterizado al gobierno del presidente Andrés Manuel es poner, todos los blanquillos en una sola canasta, mejor dicho, los más importantes, aquellos que considera indispensable para que su proyecto de nación pueda ser llevado a buen puerto. Esa canasta se llama Secretaria de la Defensa Nacional (SEDENA) y Secretaría de Marina (SEMAR) o si prefieren llamarlo, ejército. ¿Por qué el ejército tiene tanta relevancia en el mandato de AMLO?

La respuesta puede ser compleja para algunos, sencilla para otros. Todo es gracias a que el poder civil, los excelsos representantes políticos, funcionarios, emanados de los *mayores parásitos que ha tenido México (partidos políticos y póngase el saco quien guste) han hecho un trabajo* deprimente, al grado que buena parte del sector de los ciudadanos considera acertada la decisión de darle el control de sitios estratégicos a las fuerzas armadas, y todo por la sencilla razón que las personas prefieren confiar más en las fuerzas armadas que en los funcionarios emanados de alguna empresa política pública (partido).

Cada día el ejército controla más actividades estratégicas del país. ¿En verdad es tan malo dejar que suceda eso? Históricamente la respuesta sería que sí, es malo, negativo, solo basta revisar un poco los antecedentes para darse cuenta, pero también hay que ver a que puerto llegó el país después de la era tecnócrata, se privatizo casi todo lo que era del estado. Solo basta con ver en manos de quien terminaron los ferrocarriles mexicanos, las telecomunicaciones, parte del sector energético, los bancos, gasolinazos, aumento y creación de nuevos impuestos, desvío de miles y miles de millones de pesos, fraudes con programas sociales. La lista de milagros logrados por la clase política mexicana es interminable, es por ello que el ciudadano desconfía casi en su totalidad del funcionario emanado de partidos políticos.

Es tanta la desconfianza y mala imagen del poder legislativo y judicial que de plano poco o nada se piensa que sus intenciones sean buenas, pues la experiencia dice lo contrario, ya que aunque muy amigos y rivales, tarde o temprano se terminaban cubriendo con la misma cobija, pues el infame “pacto por México” le demostró a los mexicanos que estaban solos, que las fuerzas políticas del país aunque se odiaran y despreciaran, podrían limar asperezas si es que el objetivo era el mismo, los moches.

Pero el problema no es que se le de poder al ejercito sobre ciertas áreas que al funcionario civil no se le pueden delegar porque las saquea, vende o hace mal uso de recursos públicos. El problema es que sin importar quien ostente el poder, sean militares o funcionarios civiles, los ciudadanos de a pie, quienes pagan impuestos y ven impactadas sus vidas por las decisiones de ellos, no cuentan con un mecanismo que pueda detenerles al momento de ser necesario. Si se desea una verdadera democracia, esta debe dejar de ser representativa, porque el verdugo sigue siendo quien posee el hacha y la víctima (ciudadano) no tiene con que defenderse. Sin un mecanismo de defensa se deja todo al “buen corazón” del verdugo.


Si algo ha caracterizado al gobierno del presidente Andrés Manuel es poner, todos los blanquillos en una sola canasta, mejor dicho, los más importantes, aquellos que considera indispensable para que su proyecto de nación pueda ser llevado a buen puerto. Esa canasta se llama Secretaria de la Defensa Nacional (SEDENA) y Secretaría de Marina (SEMAR) o si prefieren llamarlo, ejército. ¿Por qué el ejército tiene tanta relevancia en el mandato de AMLO?

La respuesta puede ser compleja para algunos, sencilla para otros. Todo es gracias a que el poder civil, los excelsos representantes políticos, funcionarios, emanados de los *mayores parásitos que ha tenido México (partidos políticos y póngase el saco quien guste) han hecho un trabajo* deprimente, al grado que buena parte del sector de los ciudadanos considera acertada la decisión de darle el control de sitios estratégicos a las fuerzas armadas, y todo por la sencilla razón que las personas prefieren confiar más en las fuerzas armadas que en los funcionarios emanados de alguna empresa política pública (partido).

Cada día el ejército controla más actividades estratégicas del país. ¿En verdad es tan malo dejar que suceda eso? Históricamente la respuesta sería que sí, es malo, negativo, solo basta revisar un poco los antecedentes para darse cuenta, pero también hay que ver a que puerto llegó el país después de la era tecnócrata, se privatizo casi todo lo que era del estado. Solo basta con ver en manos de quien terminaron los ferrocarriles mexicanos, las telecomunicaciones, parte del sector energético, los bancos, gasolinazos, aumento y creación de nuevos impuestos, desvío de miles y miles de millones de pesos, fraudes con programas sociales. La lista de milagros logrados por la clase política mexicana es interminable, es por ello que el ciudadano desconfía casi en su totalidad del funcionario emanado de partidos políticos.

Es tanta la desconfianza y mala imagen del poder legislativo y judicial que de plano poco o nada se piensa que sus intenciones sean buenas, pues la experiencia dice lo contrario, ya que aunque muy amigos y rivales, tarde o temprano se terminaban cubriendo con la misma cobija, pues el infame “pacto por México” le demostró a los mexicanos que estaban solos, que las fuerzas políticas del país aunque se odiaran y despreciaran, podrían limar asperezas si es que el objetivo era el mismo, los moches.

Pero el problema no es que se le de poder al ejercito sobre ciertas áreas que al funcionario civil no se le pueden delegar porque las saquea, vende o hace mal uso de recursos públicos. El problema es que sin importar quien ostente el poder, sean militares o funcionarios civiles, los ciudadanos de a pie, quienes pagan impuestos y ven impactadas sus vidas por las decisiones de ellos, no cuentan con un mecanismo que pueda detenerles al momento de ser necesario. Si se desea una verdadera democracia, esta debe dejar de ser representativa, porque el verdugo sigue siendo quien posee el hacha y la víctima (ciudadano) no tiene con que defenderse. Sin un mecanismo de defensa se deja todo al “buen corazón” del verdugo.