La crianza y educación de los menores es muy importante. La obligación moral y legal de vigilar que la reciban de manera adecuada es de los padres y si es necesario, se debe aislar a los niños de influencias que puedan considerarse negativas. Los resultados son detectados, principalmente por los maestros, cuando reciben de manera presencial a los alumnos. Niños aparentemente “precoces” con actitudes y formas de expresión verbal que no siempre son las correctas para su edad.
Es en los primeros 5 años de vida cuando se forma nuestra personalidad, se refuerza la confianza y la autoestima que son los factores que nos dan seguridad. Es normal que un niño adopte o imite maneras de caminar o conversar, sea dramático e intente ser controlador si eso le va a redituar obtener satisfactores inmediatos a sus conveniencias. Algunos están bajo los cuidados de adultos mayores debido a que papá y mamá trabajan y se expresarán con gestos y un lenguaje muy parecido al de sus cuidadores. Los menores crecen con sus sentidos alterados, nerviosos, e interpretan los momentos de caos que se crean, como sucede frecuentemente en cualquier hogar, como algo que se avecina en su vida futura y surge ese sentimiento de temor hacia su propia evolución cronológica, les da miedo crecer, llegar a tener responsabilidades que no puedan solventar. “No quiero crecer, quiero volver a ser bebé, porque los grandes tienen muchos problemas y se gritan y se pelean muy feo, hasta se matan”, palabras de un niño de 6 años.
Es importante apoyarse en los cuidadores, sobre todo si son adultos mayores, como un último recurso para la seguridad y parte de la crianza de los hijos. Los abuelos no tienen la edad, ni la energía y a veces la salud necesaria para estar corriendo todo el día tras de un niño sano, curioso y lleno de vitalidad.
Los padres deben buscar maneras para estar con los hijos lo más posible. Enseñarles que mucho de su bienestar y sana convivencia con sus congéneres, estará basado en su educación moral y profesional, en su empatía para con los demás, la cual no existirá si no se le fomentan valores. Hay que acompañar a los hijos en su transición a la pubertad. Aminorar su “miedo al crecimiento” orientándolo adecuadamente y prevenir una posible depresión crónica, generadora de una población de jóvenes apáticos, “ninis”, malos estudiantes y futuros pésimos ciudadanos.