/ domingo 4 de febrero de 2024

La vida es alegría

El papa Francisco en la exhortación apostólica “Alégrense y regocíjense” en un estilo claro, sencillo y muy pastoral, nos presenta la santidad para todos y cada uno de los seguidores de Cristo, así como nos previene contra los enemigos de la Santidad por algunos riesgos y límites de la cultura actual y además nos proporciona los remedios.

En este mundo acelerado, voluble y agresivo, debemos ser pacientes y constantes en el bien como dice la sagrada Escritura en el libro de Efesios capítulo 4 versículo 31 “desterrad de vuestra amargura la ira, los enfados e insultos y toda maldad”, no tenemos que mirarnos desde arriba siempre y colocarnos en el lugar de jueces sin piedad, considerando a otros como indignos y pretendiendo dar lecciones permanentemente. La humildad solo puede arraigarse en el corazón a través de las humillaciones, sin ella no hay humildad ni santidad, pues la Santidad de Dios que regla a su iglesia viene a través de la humillación de su hijo.

La verdadera humildad no implica un espíritu opacado, tristón, melancólico o un bajo perfil sin alegría, la persona santa es capaz de vivir con alegría y sentido del humor y sin perder el sentido de la realidad. Debemos iluminar a los demás con un espíritu positivo y esperanzado porque siempre al amor le sigue necesariamente el gozo. El mal humor en nuestra vida no es signo de santidad de alegría y felicidad, debemos apartar del corazón la tristeza, pues muchas veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar encerrado en sí mismo y que nos vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios y de la vida.

La audacia es el empuje que tenemos para hacer posible nuestros sueños, es no tener miedo para enfrentar la vida, es el entusiasmo para hablar con libertad, sin embargo entre los obstáculos que tenemos para ser felices, uno de ellos es perder el fervor en lo que hacemos y creemos, es perder el fervor para amar y emprender nuevas acciones y relaciones.

La mirada de Jesús no era una compasión que nos paralizara que nos condenara o avergonzara como muchas veces ocurre entre nosotros, sino todo lo contrario, una mirada que te levanta y te dice ánimo, una mirada que te dice Yo no te condeno y que reanima tu alma. Donde esta Jesús hay amor a la vida, interés por los que sufren y restaura lo que está enfermo. Por eso encontramos siempre a su alrededor la miseria de la humanidad: poseídos, enfermos, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos, hombres que les falta la alegría de la vida.

Dios es amigo de la vida y ama apasionadamente la felicidad, la salud, el gozo y la plenitud de sus hijos, por eso es insoportable observar con que indiferencia escuchamos cifras aterradoras que nos hablan de la muerte de millones de hambrientos en el mundo y con qué pasividad observamos la violencia callada, los dolores y sufrimientos ajenos que nos preocupan cada vez menos. No debemos cerrarnos y vivir de manera individualista, no debemos construir un mundo egoísta donde nos acostumbremos a una vida y cultura de muerte de tristeza y frustración. No debemos perder el sentido de la realidad, la claridad y paz interior, no debemos olvidar que el amor es el fundamento de toda relación; sea con Dios, con el prójimo y el bello planeta llamado tierra. Entre tus manos estoy, en tu mirada me encuentro, con tu perdón vivo y en tu alegría me alimento.


El papa Francisco en la exhortación apostólica “Alégrense y regocíjense” en un estilo claro, sencillo y muy pastoral, nos presenta la santidad para todos y cada uno de los seguidores de Cristo, así como nos previene contra los enemigos de la Santidad por algunos riesgos y límites de la cultura actual y además nos proporciona los remedios.

En este mundo acelerado, voluble y agresivo, debemos ser pacientes y constantes en el bien como dice la sagrada Escritura en el libro de Efesios capítulo 4 versículo 31 “desterrad de vuestra amargura la ira, los enfados e insultos y toda maldad”, no tenemos que mirarnos desde arriba siempre y colocarnos en el lugar de jueces sin piedad, considerando a otros como indignos y pretendiendo dar lecciones permanentemente. La humildad solo puede arraigarse en el corazón a través de las humillaciones, sin ella no hay humildad ni santidad, pues la Santidad de Dios que regla a su iglesia viene a través de la humillación de su hijo.

La verdadera humildad no implica un espíritu opacado, tristón, melancólico o un bajo perfil sin alegría, la persona santa es capaz de vivir con alegría y sentido del humor y sin perder el sentido de la realidad. Debemos iluminar a los demás con un espíritu positivo y esperanzado porque siempre al amor le sigue necesariamente el gozo. El mal humor en nuestra vida no es signo de santidad de alegría y felicidad, debemos apartar del corazón la tristeza, pues muchas veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar encerrado en sí mismo y que nos vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios y de la vida.

La audacia es el empuje que tenemos para hacer posible nuestros sueños, es no tener miedo para enfrentar la vida, es el entusiasmo para hablar con libertad, sin embargo entre los obstáculos que tenemos para ser felices, uno de ellos es perder el fervor en lo que hacemos y creemos, es perder el fervor para amar y emprender nuevas acciones y relaciones.

La mirada de Jesús no era una compasión que nos paralizara que nos condenara o avergonzara como muchas veces ocurre entre nosotros, sino todo lo contrario, una mirada que te levanta y te dice ánimo, una mirada que te dice Yo no te condeno y que reanima tu alma. Donde esta Jesús hay amor a la vida, interés por los que sufren y restaura lo que está enfermo. Por eso encontramos siempre a su alrededor la miseria de la humanidad: poseídos, enfermos, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos, hombres que les falta la alegría de la vida.

Dios es amigo de la vida y ama apasionadamente la felicidad, la salud, el gozo y la plenitud de sus hijos, por eso es insoportable observar con que indiferencia escuchamos cifras aterradoras que nos hablan de la muerte de millones de hambrientos en el mundo y con qué pasividad observamos la violencia callada, los dolores y sufrimientos ajenos que nos preocupan cada vez menos. No debemos cerrarnos y vivir de manera individualista, no debemos construir un mundo egoísta donde nos acostumbremos a una vida y cultura de muerte de tristeza y frustración. No debemos perder el sentido de la realidad, la claridad y paz interior, no debemos olvidar que el amor es el fundamento de toda relación; sea con Dios, con el prójimo y el bello planeta llamado tierra. Entre tus manos estoy, en tu mirada me encuentro, con tu perdón vivo y en tu alegría me alimento.